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El avance de lo real

Reflexiones acerca del desanudamiento de lo real en un mundo donde lo símbolico parece haber perdido preeminencia frente a la desmesura de lo impensable.


 
Lic. Martín Esteban Uranga
Licenciado en Psicología (UBA). Formado como psicoanalista en la APA (Asociación Psicoanalítica Argentina). Ex Concurrente del Centro de Salud Mental Nº3 Arturo Ameghino; ex miembro del Dpto. de Orientación del Colegio Nacional de Buenos Aires. Ex docente en Hospital de Boulogne. Autor de numerosos artículos de divulgación psicoanalítica en medios de comunicación.








El siglo XXI alienta un vigoroso avance de lo real. En términos lacanianos, lo real es la desmesura, el exceso residual del orden simbólico. Si lo simbólico supone los elementos diferenciales del lenguaje a través de los cuales los seres humanos construimos nuestra realidad, y lo imaginario está dado por las significaciones que desde estos elementos se configuran, lo real es aquello que escapa a la simbolización. La dimensión simbólica acota lo real, le otorga un marco de contención para que el sin sentido que le es propio pueda navegar, sin encontrar jamás puerto alguno, en una trama que lo aloje.

Durante el siglo XX asistimos a un verdadero estallido de la trama simbólica y a la emergencia desnuda de lo real. El esquema predecible de un mundo burgués sostenido en el ideal del progreso se ve profundamente alterado por el estallido de dos guerras mundiales que conmueven profundamente los valores ilustrados. Esta profunda conmoción del orden simbólico viene acompañada de la emergencia de un real inaudito: los campos de concentración.

Allí se pierden todas las categorías simbólicas. Quienes allí se encuentran verán borradas todas las categorías diferenciales de tiempo y espacio así como su propia identidad singular: rasurados, desprovistos de vestimenta personal, numerados y sin nombre.

Al finalizar la segunda guerra surge un nuevo rearmado simbólico dado por la guerra fría. A partir de los esquemas propiciados por un mundo denominado capitalista y por otro designado como comunista se construyen sistemas de valores, organizaciones económicas y referencias ideológicas que conformarán la subjetividad de la segunda mitad del siglo. Finalmente, una nueva conmoción, dada por la caída del bloque soviético hacia fines del siglo, traerá una nueva oleada de lo real que se irá profundizando en las primeras décadas del siglo XXI.

Un primer aspecto de esta avanzada de lo real está dada por la irrupción del terrorismo a escala global. Septiembre de 2001 marca un hito. Dos aviones se incrustan en las torres gemelas de Nueva York. Nuevamente lo impensable, tal como distintos pensadores y sobrevivientes sentenciaron respecto a Auschwitz.

El terrorismo lleva adelante sin ningún tipo de consideración ni miramientos, la pura destrucción propia de un real que ha perdido sus coordenadas simbólicas. Lo real desanudado de lo simbólico se traduce en pulsión de muerte impregnada de fervor fanático. Comunión siniestra entre lo real y un imaginario impenetrablemente consistente que deconoce el acotamiento y la discrecionalidad propios del orden simbólico.

Un segundo aspecto de avanzada de lo real está dado por la creciente tensión hacia la disolución de la diferencia sexual.  El binarismo masculino-femenino es atacado en pos de la reivindicación de una sexualidad sin identidades prefijadas. Asistimos aquí a un núcleo de verdad que pretende emanciparse de las coordenadas simbólicas. Por supuesto que en lo real en tanto puro exceso no categorizable no hay diferencia sexual. Mas lo que el eje binario masculino-femenino habilita es la posibilidad de situar lo imposible en un juego de equívocos donde, si bien (al decir de Lacan respecto del falo) nadie lo tiene ni nadie lo es, se hace transitable lo real en una trama de enredos y semblantes que hace a la posibilidad misma de despliegue del deseo.

Y lo que es decisivo: lo imposible cobra entidad a partir de que la diferencia entre lo masculino y lo femenino es irreductible (no intercambiable como la diversidad). El punto de anclaje donde se anudan los tres registros, situando la diferencia propia de lo simbólico (masculino-femenino), la pregnancia de la imago inherente al registro imaginario (imagen fálica), así como la imposibilidad de acoplamiento (castración) característica de lo real, es la diferencia sexual anatómica (Freud). Lo real imposible así tramitado, acotado y arraigado en la diferencia sexual masculino-femenino, auspicia la posibilidad que lo real no derive en  puro narcisismo de deriva polimorfa, voluntarista y autosuficiente que se constituye sin alteridad (campo de la moral yoica), sino en ética que compromete al Otro habilitando el horizonte del prójimo como infinitud que limita las apetencias del yo (ética simbólica). 

En tercer lugar, el encierro compulsivo. De manera impensable (lo impensable, una vez más, otro de los nombres de lo real), la mayor parte de la población del planeta fue encerrada en pos de una causa sanitaria. Sin consideración por los horrores ni por la devastación causados a todo nivel, se produjo una situación sin precedentes.

Recuerdo aquí el texto “Michael Kohlhaas”, de Heinrich von Kleist, en el que el protagonista, por la afrenta sufrida por el maltrato a dos caballos de su propiedad, llega a incendiar el pueblo, matar gente, hasta conminar a los tribunales de justicia buscando reivindicación a toda costa. Es un texto que Terry Eagleton, en su libro “Los extranjeros”, menciona como una “ficción de lo real” debido a la desmesura desatada en pos de una causa. Sin consideración a otras variables, a otras realidades, sin sentido de la proporción, sin discrecionalidad, se lleva adelante la causa.

Lo real avanza sin dejarse afectar por lo simbólico. Se apodera de modo omnipotente de imágenes tanáticas y opresivas que pretenden subordinación y acatamiento sin reservas. Es lo real como núcleo del totalitarismo. 

Lo real avanza en nosotros en un afán destitutivo de las categorías simbólicas. Lo real, exceso mismo de lo simbólico, tiende a desconocerlo como ordenador social. En lugar de residuo de lo simbólico se erige en puro amo.

Así, el sinsentido tramitado libidinalmente cede su lugar para dar paso a un sentido destructivo y omnipotente. El sin sentido arrojado a su puro devenir tiende a convertirse en nihilismo y vacuidad o en sentido totalitario y ferozmente narcisista. Las ficciones libidinales palidecen frente a un mix cada vez más bizarro de ficción y realidad de tinte siniestro y decadente.

Podemos rastrear causas múltiples y complejas. No es aquí el lugar para ser más precisos al respecto. Podemos observarlo desde hace siglos y en distintas manifestaciones de lo humano: política, sexualidad, música, pintura, literatura, psicopatología, etc. Basta escuchar una sinfonía de Mozart en comparación con la música de hoy en día, revisar la riqueza de la producción neurótica de los pacientes de la época de Freud a diferencia de lo que acontece en la clínica actual, o comparar un cuadro de Rembrandt, Velázquez o Murillo con cualquier muestra de arte contemporáneo, para darse una idea al respecto.

Lo real se desanuda. Lo simbólico languidece. Lo imaginario desborda de consistencia o se derrumba según el caso. El erotismo deviene tanatos. El talento mengua. La mediocridad desborda. La ética se reconvierte en morales narcisistas y contingentes. Las producciones humanas pierden vuelo creativo y potencia sublimatoria. La libertad se eclipsa. El totalitarismo, cada vez con menos sutileza y más ruidosamente, avanza. A paso firme, con ropaje inclusivo o sanitarista, no deja de ir configurando su ominoso rostro.

(Imagen: Fragmento de "El jardín de las delicias", de El Bosco)





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El siglo XXI alienta un vigoroso avance de lo real. En términos lacanianos, lo real es la desmesura, el exceso residual del orden simbólico. Si lo simbólico supone los elementos diferenciales del lenguaje a través de los cuales los seres humanos construimos nuestra realidad, y lo imaginario está dado por las significaciones que desde estos elementos se configuran, lo real es aquello que escapa a la simbolización. La dimensión simbólica acota lo real, le otorga un marco de contención para que el sin sentido que le es propio pueda navegar, sin encontrar jamás puerto alguno, en una trama que lo aloje.

Durante el siglo XX asistimos a un verdadero estallido de la trama simbólica y a la emergencia desnuda de lo real. El esquema predecible de un mundo burgués sostenido en el ideal del progreso se ve profundamente alterado por el estallido de dos guerras mundiales que conmueven profundamente los valores ilustrados. Esta profunda conmoción del orden simbólico viene acompañada de la emergencia de un real inaudito: los campos de concentración.

Allí se pierden todas las categorías simbólicas. Quienes allí se encuentran verán borradas todas las categorías diferenciales de tiempo y espacio así como su propia identidad singular: rasurados, desprovistos de vestimenta personal, numerados y sin nombre.

Al finalizar la segunda guerra surge un nuevo rearmado simbólico dado por la guerra fría. A partir de los esquemas propiciados por un mundo denominado capitalista y por otro designado como comunista se construyen sistemas de valores, organizaciones económicas y referencias ideológicas que conformarán la subjetividad de la segunda mitad del siglo. Finalmente, una nueva conmoción, dada por la caída del bloque soviético hacia fines del siglo, traerá una nueva oleada de lo real que se irá profundizando en las primeras décadas del siglo XXI.

Un primer aspecto de esta avanzada de lo real está dada por la irrupción del terrorismo a escala global. Septiembre de 2001 marca un hito. Dos aviones se incrustan en las torres gemelas de Nueva York. Nuevamente lo impensable, tal como distintos pensadores y sobrevivientes sentenciaron respecto a Auschwitz.

El terrorismo lleva adelante sin ningún tipo de consideración ni miramientos, la pura destrucción propia de un real que ha perdido sus coordenadas simbólicas. Lo real desanudado de lo simbólico se traduce en pulsión de muerte impregnada de fervor fanático. Comunión siniestra entre lo real y un imaginario impenetrablemente consistente que deconoce el acotamiento y la discrecionalidad propios del orden simbólico.

Un segundo aspecto de avanzada de lo real está dado por la creciente tensión hacia la disolución de la diferencia sexual.  El binarismo masculino-femenino es atacado en pos de la reivindicación de una sexualidad sin identidades prefijadas. Asistimos aquí a un núcleo de verdad que pretende emanciparse de las coordenadas simbólicas. Por supuesto que en lo real en tanto puro exceso no categorizable no hay diferencia sexual. Mas lo que el eje binario masculino-femenino habilita es la posibilidad de situar lo imposible en un juego de equívocos donde, si bien (al decir de Lacan respecto del falo) nadie lo tiene ni nadie lo es, se hace transitable lo real en una trama de enredos y semblantes que hace a la posibilidad misma de despliegue del deseo.

Y lo que es decisivo: lo imposible cobra entidad a partir de que la diferencia entre lo masculino y lo femenino es irreductible (no intercambiable como la diversidad). El punto de anclaje donde se anudan los tres registros, situando la diferencia propia de lo simbólico (masculino-femenino), la pregnancia de la imago inherente al registro imaginario (imagen fálica), así como la imposibilidad de acoplamiento (castración) característica de lo real, es la diferencia sexual anatómica (Freud). Lo real imposible así tramitado, acotado y arraigado en la diferencia sexual masculino-femenino, auspicia la posibilidad que lo real no derive en  puro narcisismo de deriva polimorfa, voluntarista y autosuficiente que se constituye sin alteridad (campo de la moral yoica), sino en ética que compromete al Otro habilitando el horizonte del prójimo como infinitud que limita las apetencias del yo (ética simbólica). 

En tercer lugar, el encierro compulsivo. De manera impensable (lo impensable, una vez más, otro de los nombres de lo real), la mayor parte de la población del planeta fue encerrada en pos de una causa sanitaria. Sin consideración por los horrores ni por la devastación causados a todo nivel, se produjo una situación sin precedentes.

Recuerdo aquí el texto “Michael Kohlhaas”, de Heinrich von Kleist, en el que el protagonista, por la afrenta sufrida por el maltrato a dos caballos de su propiedad, llega a incendiar el pueblo, matar gente, hasta conminar a los tribunales de justicia buscando reivindicación a toda costa. Es un texto que Terry Eagleton, en su libro “Los extranjeros”, menciona como una “ficción de lo real” debido a la desmesura desatada en pos de una causa. Sin consideración a otras variables, a otras realidades, sin sentido de la proporción, sin discrecionalidad, se lleva adelante la causa.

Lo real avanza sin dejarse afectar por lo simbólico. Se apodera de modo omnipotente de imágenes tanáticas y opresivas que pretenden subordinación y acatamiento sin reservas. Es lo real como núcleo del totalitarismo. 

Lo real avanza en nosotros en un afán destitutivo de las categorías simbólicas. Lo real, exceso mismo de lo simbólico, tiende a desconocerlo como ordenador social. En lugar de residuo de lo simbólico se erige en puro amo.

Así, el sinsentido tramitado libidinalmente cede su lugar para dar paso a un sentido destructivo y omnipotente. El sin sentido arrojado a su puro devenir tiende a convertirse en nihilismo y vacuidad o en sentido totalitario y ferozmente narcisista. Las ficciones libidinales palidecen frente a un mix cada vez más bizarro de ficción y realidad de tinte siniestro y decadente.

Podemos rastrear causas múltiples y complejas. No es aquí el lugar para ser más precisos al respecto. Podemos observarlo desde hace siglos y en distintas manifestaciones de lo humano: política, sexualidad, música, pintura, literatura, psicopatología, etc. Basta escuchar una sinfonía de Mozart en comparación con la música de hoy en día, revisar la riqueza de la producción neurótica de los pacientes de la época de Freud a diferencia de lo que acontece en la clínica actual, o comparar un cuadro de Rembrandt, Velázquez o Murillo con cualquier muestra de arte contemporáneo, para darse una idea al respecto.

Lo real se desanuda. Lo simbólico languidece. Lo imaginario desborda de consistencia o se derrumba según el caso. El erotismo deviene tanatos. El talento mengua. La mediocridad desborda. La ética se reconvierte en morales narcisistas y contingentes. Las producciones humanas pierden vuelo creativo y potencia sublimatoria. La libertad se eclipsa. El totalitarismo, cada vez con menos sutileza y más ruidosamente, avanza. A paso firme, con ropaje inclusivo o sanitarista, no deja de ir configurando su ominoso rostro.

(Imagen: Fragmento de "El jardín de las delicias", de El Bosco)






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