¿Qué se abusa en el abuso sexual infantil? Etimológicamente, la palabra “abuso” significa “uso excesivo”. Abuso sexual, viene del inglés “sexual abuse” y se refiere a violencias sexuales. En la Edad Media el término “abuso” indicaba engaño y era también un eufemismo para designar la violación. |
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Etimológicamente, la palabra “abuso” significa “uso excesivo”. Abuso sexual, viene del inglés “sexual abuse” y se refiere a violencias sexuales. En la Edad Media el término “abuso” indicaba engaño y era también un eufemismo para designar la violación. La expresión “abuso sexual infantil” surge en el siglo XX y hace alusión a la explotación de un niño para gratificación sexual de un adulto.
La CIE 10, propone tener en cuenta para el diagnóstico, las diferencias culturales donde varía el grado en el que los niños pueden ver a sus padres desnudos, la edad hasta la cual son bañados por ellos, comparten la cama matrimonial, o se les da privacidad personal. Sin embargo, se considera que ha existido abuso sexual cuando ha habido un contacto, manipulación o el niño ha sido inducido a tocar los genitales de un adulto o a exponer los suyos frente a una persona mayor. Es irrelevante si el niño ha participado voluntariamente en los actos sexuales (1).
Partiendo de estos conceptos y de la experiencia de trabajo en instituciones estatales infantiles, propongo generar un espacio de reflexión sobre las implicancias psíquicas del abuso sexual en el desarrollo psicosexual del niño.
Si bien el escenario a tratar es el episodio del abuso sexual, como analista en formación de la Sociedad Psicoanalítica de Mendoza, intentaré pesquisar algo de la inscripción de este hecho en el psiquismo infantil. Observación que siendo sincrónica, al momento de la evaluación, tomará sentido a partir del desenlace diacrónico del desarrollo de la vida del niño. Para esto, varios autores coinciden en realizar una interrelación de tres ítems a investigar:
Relato del niño.
Manifestaciones psicológicas.
Contexto en el que ocurre.
1. En relación al relato del niño, es fundamental poder diferenciar entre denuncia falsa y probabilidad de abuso sexual, así los estudios realizados indican una tendencia mayor en los niños a negar experiencias que han ocurrido y que han sido percibidas como traumáticas, que a hacer aseveraciones falsas sobre hechos que no han ocurrido.
La Lic. Diana Sanz y el Dr. Alejandro Molina (2), destacan entre los factores asociados para la indagación de la validez del relato infantil, tener en cuenta:
Memoria y capacidad de recuerdo
Diferencia entre fantasía y realidad
Vulnerabilidad a la sugestión
Mentiras y fabulaciones
La significación que puede tener el abuso para el niño puede resultar muy diferente del significado que tiene para los adultos. Esto podría deberse a varios factores: el niño puede estar perturbado emocional y cognitivamente por la situación como para encontrarle algún sentido; puede haberse corrompido y haber desarrollado una fascinación por el abuso; puede haberse convertido él mismo en abusador; puede también temer al abusador mucho más de lo que le teme al abuso; o puede sentir un profundo amor por la figura abusadora y este amor puede ser más fuerte que su miedo al abuso.
Esto último le ocurrió a María, de 14 años, quien llegó a la consulta desafectivizada, sin expresar angustia ni conciencia del daño sufrido por los abusos sexuales vividos y por el suicidio del padre, ocurrido luego de que ella hablara con una profesora sobre el temor a un embarazo, producto de las relaciones sexuales con el padre sostenidas durante años. Su motivo de consulta giraba en torno a la preocupación por el estado emocional de la madre frente al duelo del padre. En este caso podría pensarse que María sintió “cierto amor por el abusador”, en relación a la concreción de sus fantasías edípicas, sintiendo que al mantener relaciones sexuales con el padre había dañado a su madre. En relación a eso, solicitaba atención psicológica para la madre y sus hermanos, no para ella.
2- Las manifestaciones psicológicas se refieren a signos, indicios e indicadores de sufrimiento que expresa el niño en su conducta.
Algunos autores han encontrado hasta un 40 % de niños víctimas de abuso sexual que no presentan síntomas al momento de la consulta. Una posible explicación que da Filkenhor es que estos niños son asintomáticos temporariamente, con una alta probabilidad de desarrollar síntomas más adelante, ya que los efectos traumáticos del abuso se van dando en distintos momentos.
Anne Álvarez (3) expresa que mientras que el paciente con un trauma ligero, cuyo trastorno afecta su personalidad a un nivel neurótico, puede necesitar recordar el trauma con el objetivo de olvidar, el niño con un daño mayor, cuyo trauma es más severo y crónico, puede necesitar olvidarlo con el objetivo de recordarlo, tiempo después.
Muchas veces, lo que se considera como ausencia de sintomatología suele estar relacionado a niños con características de sobreadaptación, donde se puede ir estructurando un “falso self”. Debajo de este niño aparentemente no afectado, que rinde en el colegio y lleva una vida social ajustada, se esconde el drama de quienes, desde muy temprana edad, reconocen las necesidades narcisistas de sus padres y, sabiendo que si de supervivencia se trata, se adaptan a ellas. En un ambiente donde los adultos responsables no pueden reconocen las necesidades y deseos de estos niños, donde impera la represión de los sentimientos declarados inaceptables, la personalidad infantil va estructurándose, negando, aislando, reprimiendo y disociando la indignación, la frustración, la excitación y el miedo.
Frecuentemente, los padres propician que estos hijos funcionen como “adultos” en ciertos planos y “dependientes” e “infantiles” en otros, suelen desestimar el “no querer” o el “no poder” sobreestimando el “deber ser”. El temprano sometimiento hace que no puedan defender su privacidad con oposición, desobediencia y pedidos de ayuda. El niño responde al ideal familiar adaptándose a los padres, entre otras cosas para protegerlos, convirtiéndose generalmente en complemento de ellos. Así puede observarse en reiterados casos, donde la función que cumplen está relacionada a sostener estados depresivos, llenar vacíos y mantener “cierto equilibrio” frente a conflictos conyugales.
Recuerdo a Ana, de 9 años, quien había cuidado de su madre permaneciendo siempre con ella durante las crisis psicopatológicas (intentos de suicidio reiterados, ingesta de medicación, etc.). La niña cumplía una función de protección de ésta, ya que desde su “omnipotencia infantil” creía cuidar a la mamá si accedía a los “juegos sexuales” propuestos por el novio de la madre. Así la niña llegó a la consulta mostrando un buen desenvolvimiento, presentaba verbalizaciones y razonamientos de aparente madurez pero emocionalmente tenía rasgos más inmaduros respecto a lo esperable para su edad. Por momentos no podía diferenciar correctamente lo bueno de lo malo, pedir ayuda y reconocer el abuso sexual por sí misma, temía dormir sola de noche y padecía episodios reiterados de incontinencia urinaria. Este desfasaje podía observarse en la disociación intelectivo-emocional, entre lo que aparentaba saber y el bajo rendimiento académico, síntomas éstos de sobreadaptación.
Contexto en el que ocurre.
La promiscuidad, las interacciones caóticas y la ausencia de fronteras generacionales suelen ser características del funcionamiento familiar donde ocurren abusos.
El abuso sexual es producto del interjuego de ciertas estructuras familiares y de las características psicopatológicas del abusador.
Esto pudo observarse en el caso de Carmen, de 8 años, respecto a la confusión en el ejercicio de la función materna, que llevaba a que fuera la hija quien cuidara a la madre la mayoría de las veces. La niña expresaba “yo le decía a mi mamá no fumes, no tomes vino”. Verbalizaban ambas que el novio de la madre andaba y se mostraba desnudo cotidianamente, sin diferenciar los espacios íntimos, privados y públicos, confusión que promovió los abusos sexuales sufridos por la niña.
Los intentos de elaborar una tipología de los padres incestuosos no han dado resultados notables, pero se han constatado antecedentes de violencia sexual entre los ascendientes familiares. Los estudios de prevalencia concuerdan actualmente en una cifra de alrededor de un 30% de repetición transgeneracional. La participación materna suele ser un tema que presenta controversias, ciertos autores como Leclaire(4) se refiere a estas madres como las primeras seductoras; otros constatan la participación materna en los abusos sexuales, generalmente en forma pasiva. Con frecuencia se dan contradicciones entre las mentiras del abusador y las denegaciones maternas, que suelen generar confusión en los equipos tratantes.
¿Qué se abusa en el abuso sexual infantil?
En 1896, Freud enunció en “Estudios sobre la histeria” (5) el rol desempeñado por los abusos sexuales infantiles en la formación de las neurosis. En su correspondencia con Fliess, imputó a estos acontecimientos sexuales el origen de las neurosis y la paranoia. Años más tarde renunció a la vivencia del hecho traumático, insistiendo en la importancia de la fantasía de los relatos de seducción de sus pacientes.
Considerando las fases de evolución libidinal, que proponen Freud, Abraham(6) y Jones, podríamos pensar que antes de ocurrido el abuso, el niño no estaba exento de deseo sexual, si bien su libido no estaba organizada como la del adulto. Ante el abuso, algunos aspectos de la sexualidad infantil son despertados prematuramente por la exposición a la sexualidad adulta. Ferenczi(7) narra cómo a la necesidad de ternura del niño puede responder la sexualidad del adulto, sustentando “la confusión de lenguas” en el menor.
Una de las dificultades que se presentan en la clínica, es poder comprender de qué manera se van instalando y modificando las fantasías psíquicas primarias(8) constituyentes del individuo a través de las repetidas experiencias de sobreestimulación y abandono emocional.
Freud, define “huella psíquica” como la forma en que se inscriben los acontecimientos en la memoria. Las huellas mnémicas se depositan, en diferentes sistemas y persisten de un modo permanente” (9).
En relación a esto, recuerdo a Mabel, de 9 años, quien se describía como “mala” porque se había ido de su casa luego de un episodio de abuso sexual por parte de su padrastro, en el que la madre la forzaba a participar. En sesión, necesitaba verificar permanentemente lo que hacía o decía para asegurarse que estaba “bien” o aprobado por mí. Esta situación se repetía en la escuela y con los adultos referentes, ya que temía permanentemente no ser querida y ser abandonada en consecuencia.
Entonces, el desafío será pesquisar de qué manera se significan y semantizan estas experiencias traumáticas cuando los niños no pueden comprender adecuadamente la erotización, lo que sienten que han hecho y les han hecho.
Diana de Goldberg y María Lea de Kuitca (10) refieren que “abuso sexual” significaría que al niño le ha faltado “mucho” para poder sobrellevar la situación traumática accediendo a su maduración y al mismo tiempo “muy poco”, siendo deprivado para reconocer y satisfacer sus necesidades emocionales y corporales. Así lo “mucho” y “lo poco” requieren medidas psicológicas defensivas contra los sentimientos masivos. Ambos, defensa y descarga, resultarían ser necesarias para disminuir las intensidades insostenibles.
El otro caso, Soledad nos muestra cómo las conductas del padrastro fueron erotizándola en el período de latencia e impulsándola a un desarrollo puberal precoz. El trabajo perverso del padrasto, consistente en: conductas de exhibicionismo constante que colocaban a la niña en un lugar voyeurista (presenciar relaciones sexuales, verlo desnudo), logrando que la niña participara en juegos de contenido sexual (como jugar mientras la niña se bañaba a que hacían una propaganda de jabón, jugar a medir objetos y terminar midiendo sus genitales, etc.), fueron erotizándola a través de la mirada (mostrándole pornografía y escenas de zoofilia) y excitándola con el tacto (a través de masajes en todo el cuerpo). Soledad expresó “una mañana mi padrastro me dijo cuando me desperté que me la había metido y yo no me había dado cuenta. Otro día, estaba durmiendo mi mamá y me dijo mirá cómo se la meto a tu mamá… ese mismo día me enseñó a masturbarme”. Cuando se le preguntó cómo se sentía ella frente a esto, la niña respondió “no me acuerdo… yo era tonta… tenía 7 años.”
En esta viñeta puede observarse cómo el padrastro confundía la mente de la niña diciéndole que había pasado “algo” que ella no había registrado por estar dormida, situación que llevaba a que la niña desconfiara de sus percepciones (que dudara acerca de si el hecho había ocurrido o no) y la incitaba a pensar (en qué se siente en las relaciones sexuales) impulsándola a la acción (masturbarse). En los juegos propuestos, se manifestaba perversidad en el propósito del abusador por la connotación sexual, que alteraba el significado propio del juego infantil e introducía violentamente en la mente de la niña, temáticas que al no comprender, la hacían sentirse “tonta”.
El término “perversidad en los propósitos”11 se refiere al trastocamiento del sentido, generando confusión respecto a zonas erógenas (oral, anal y genital), a los valores éticos respecto a lo bueno y lo malo y a las funciones intelectuales que se encontraban en déficit en la mente de la niña.
Podría pensarse que estas huellas psíquicas fueron configurando un trauma psíquico.
El “trauma psíquico” se define como un “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica”12. Si articulamos esto con el abuso sexual infantil, podemos reconocer esta situación como un acontecimiento de gran intensidad para procesar en la mente de un niño, debido al registro del monto de excitación sexual presente en las sensaciones corporales, los recuerdos, etc.
Todo hecho traumático deja cierto daño, así el trauma de la violencia y el abuso sexual afecta en distintos niveles. El abuso no sólo es al cuerpo del niño, en el abuso sexual se abusa tanto de la condición infantil como del desarrollo psicosexual de la mente del niño, que de alguna forma sufre alteraciones, dando muchas veces lugar a patologías posteriores (fobias, disfunciones sexuales, trastornos en la identidad sexual, trastornos adaptativos, depresivos, adictivos, de aprendizaje y de alimentación, entre otros). Podría decirse que es todo el aparato mental con sus particulares características y funciones (memoria, atención, concentración, abstracción, simbolización, afectividad, etc.) el que sufre el impacto de un hecho disruptivo y debe procesarlo de alguna manera.
Sin embargo, esto dependerá de la singularidad de cada niño, de cómo cada uno pueda significar y semantizar estas experiencias traumáticas, considerando que si bien “algo” se ha dañado, también “algo” puede renacer, dando lugar a una nueva forma, como lo muestra el mito egipcio del Ave Fénix.
Narra la leyenda que el Ave Fénix, recolectaba plantas aromáticas y con ellas formaba un nido. Luego incendiaba las ramas y de la hoguera emergía un nuevo pájaro que ponía su antiguo cuerpo en un tronco hueco del árbol de la mirra. Entonces lo llevaba a la ciudad de Heliópolis, donde un sacerdote incineraba el cadáver del primer pájaro y celebraba el nacimiento del segundo.
Podría relacionarse el daño sufrido en el abuso sexual infantil con la hoguera y el consultorio con Heliópolis. Quizás en este sentido, nuestra función terapéutica, relacionada con la del sacerdote, gire en torno a acompañar el proceso de “nacimiento de nuevas significaciones” que pueda realizar cada niño al elaborar su vivencia de abuso sexual infantil.
NOTAS
1 CIE 10, “Clasificación multiaxial de los Trastornos psiquiátricos en niños y adolescentes”, Ed Panamericana, España, 2001.
2 SANZ, Diana; Molina Alejandro “Violencia y abuso en la familia”, Ed. Lumen, Bs. As. 1999.
3 ALVAREZ, Anne Cap. XII “Abuso sexual infantil. La necesidad de recordar y de olvidar”, pág. 199.
4 ZELCER, Beatriz “Diversidad sexual”, APA Editores, Ed. Lugar, Bs As, 2010.
5 FREUD, Sigmund Obras Completas”, “Tomo II “Estudios sobre la histeria”, Amorrortu Editores, Bs As.
6 ABRAHAM, Karl “Contribuciones a la teoría de la libido”, Ed. Horme, Bs As, 2° ed. 1985.
7 HOUZEL, Didier; EMMANUELLI, Michele; MOGGIO, Francoise, “Diccionario Akal de Psicopatología del niño y del adolescente”, Akal Ediciones.
8Las Fantasías primordiales son: seducción por un adulto, deseo de volver a la vida intrauteria, amenazas de castración, y escena primaria. FREUD, Sigmund Obras Completas”, Tomo XVII “De la historia de una neurosis infantil”, Amorrortu Editores, Bs As. Fantasías originarias: Estructuras fantaseadas típicas (vida intrauterina, escena primaria, castración y seducción) que se reconocen como organizadores de la vida de al fantasía. Para Freud son un patrimonio transmitido filogenéticamente.(LAPLANCHE, Jean; PONTALIS, Jean Bertrand; “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Paidós, Bs As, 1999. pág. 143)
9 LAPLANCHE, Jean; PONTALIS, Jean Bertrand; “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Paidós, Bs As, 1999.
10 APDEBA, “Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires”, Vol XVI, N° 2, “Sexualidad”, Talleres gráficos “Su Impres”, Bs As, pág. 229, 1995.
11 MELTZER, Donald “Los estados sexuales de la mente”, Ed. Kargieman, Bs As, 1974.
12 LAPLANCHE, Jean; PONTALIS, Jean Bertrand; “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Paidós, Bs As, 1999.
Etimológicamente, la palabra “abuso” significa “uso excesivo”. Abuso sexual, viene del inglés “sexual abuse” y se refiere a violencias sexuales. En la Edad Media el término “abuso” indicaba engaño y era también un eufemismo para designar la violación. La expresión “abuso sexual infantil” surge en el siglo XX y hace alusión a la explotación de un niño para gratificación sexual de un adulto.
La CIE 10, propone tener en cuenta para el diagnóstico, las diferencias culturales donde varía el grado en el que los niños pueden ver a sus padres desnudos, la edad hasta la cual son bañados por ellos, comparten la cama matrimonial, o se les da privacidad personal. Sin embargo, se considera que ha existido abuso sexual cuando ha habido un contacto, manipulación o el niño ha sido inducido a tocar los genitales de un adulto o a exponer los suyos frente a una persona mayor. Es irrelevante si el niño ha participado voluntariamente en los actos sexuales (1).
Partiendo de estos conceptos y de la experiencia de trabajo en instituciones estatales infantiles, propongo generar un espacio de reflexión sobre las implicancias psíquicas del abuso sexual en el desarrollo psicosexual del niño.
Si bien el escenario a tratar es el episodio del abuso sexual, como analista en formación de la Sociedad Psicoanalítica de Mendoza, intentaré pesquisar algo de la inscripción de este hecho en el psiquismo infantil. Observación que siendo sincrónica, al momento de la evaluación, tomará sentido a partir del desenlace diacrónico del desarrollo de la vida del niño. Para esto, varios autores coinciden en realizar una interrelación de tres ítems a investigar:
Relato del niño.
Manifestaciones psicológicas.
Contexto en el que ocurre.
1. En relación al relato del niño, es fundamental poder diferenciar entre denuncia falsa y probabilidad de abuso sexual, así los estudios realizados indican una tendencia mayor en los niños a negar experiencias que han ocurrido y que han sido percibidas como traumáticas, que a hacer aseveraciones falsas sobre hechos que no han ocurrido.
La Lic. Diana Sanz y el Dr. Alejandro Molina (2), destacan entre los factores asociados para la indagación de la validez del relato infantil, tener en cuenta:
Memoria y capacidad de recuerdo
Diferencia entre fantasía y realidad
Vulnerabilidad a la sugestión
Mentiras y fabulaciones
La significación que puede tener el abuso para el niño puede resultar muy diferente del significado que tiene para los adultos. Esto podría deberse a varios factores: el niño puede estar perturbado emocional y cognitivamente por la situación como para encontrarle algún sentido; puede haberse corrompido y haber desarrollado una fascinación por el abuso; puede haberse convertido él mismo en abusador; puede también temer al abusador mucho más de lo que le teme al abuso; o puede sentir un profundo amor por la figura abusadora y este amor puede ser más fuerte que su miedo al abuso.
Esto último le ocurrió a María, de 14 años, quien llegó a la consulta desafectivizada, sin expresar angustia ni conciencia del daño sufrido por los abusos sexuales vividos y por el suicidio del padre, ocurrido luego de que ella hablara con una profesora sobre el temor a un embarazo, producto de las relaciones sexuales con el padre sostenidas durante años. Su motivo de consulta giraba en torno a la preocupación por el estado emocional de la madre frente al duelo del padre. En este caso podría pensarse que María sintió “cierto amor por el abusador”, en relación a la concreción de sus fantasías edípicas, sintiendo que al mantener relaciones sexuales con el padre había dañado a su madre. En relación a eso, solicitaba atención psicológica para la madre y sus hermanos, no para ella.
2- Las manifestaciones psicológicas se refieren a signos, indicios e indicadores de sufrimiento que expresa el niño en su conducta.
Algunos autores han encontrado hasta un 40 % de niños víctimas de abuso sexual que no presentan síntomas al momento de la consulta. Una posible explicación que da Filkenhor es que estos niños son asintomáticos temporariamente, con una alta probabilidad de desarrollar síntomas más adelante, ya que los efectos traumáticos del abuso se van dando en distintos momentos.
Anne Álvarez (3) expresa que mientras que el paciente con un trauma ligero, cuyo trastorno afecta su personalidad a un nivel neurótico, puede necesitar recordar el trauma con el objetivo de olvidar, el niño con un daño mayor, cuyo trauma es más severo y crónico, puede necesitar olvidarlo con el objetivo de recordarlo, tiempo después.
Muchas veces, lo que se considera como ausencia de sintomatología suele estar relacionado a niños con características de sobreadaptación, donde se puede ir estructurando un “falso self”. Debajo de este niño aparentemente no afectado, que rinde en el colegio y lleva una vida social ajustada, se esconde el drama de quienes, desde muy temprana edad, reconocen las necesidades narcisistas de sus padres y, sabiendo que si de supervivencia se trata, se adaptan a ellas. En un ambiente donde los adultos responsables no pueden reconocen las necesidades y deseos de estos niños, donde impera la represión de los sentimientos declarados inaceptables, la personalidad infantil va estructurándose, negando, aislando, reprimiendo y disociando la indignación, la frustración, la excitación y el miedo.
Frecuentemente, los padres propician que estos hijos funcionen como “adultos” en ciertos planos y “dependientes” e “infantiles” en otros, suelen desestimar el “no querer” o el “no poder” sobreestimando el “deber ser”. El temprano sometimiento hace que no puedan defender su privacidad con oposición, desobediencia y pedidos de ayuda. El niño responde al ideal familiar adaptándose a los padres, entre otras cosas para protegerlos, convirtiéndose generalmente en complemento de ellos. Así puede observarse en reiterados casos, donde la función que cumplen está relacionada a sostener estados depresivos, llenar vacíos y mantener “cierto equilibrio” frente a conflictos conyugales.
Recuerdo a Ana, de 9 años, quien había cuidado de su madre permaneciendo siempre con ella durante las crisis psicopatológicas (intentos de suicidio reiterados, ingesta de medicación, etc.). La niña cumplía una función de protección de ésta, ya que desde su “omnipotencia infantil” creía cuidar a la mamá si accedía a los “juegos sexuales” propuestos por el novio de la madre. Así la niña llegó a la consulta mostrando un buen desenvolvimiento, presentaba verbalizaciones y razonamientos de aparente madurez pero emocionalmente tenía rasgos más inmaduros respecto a lo esperable para su edad. Por momentos no podía diferenciar correctamente lo bueno de lo malo, pedir ayuda y reconocer el abuso sexual por sí misma, temía dormir sola de noche y padecía episodios reiterados de incontinencia urinaria. Este desfasaje podía observarse en la disociación intelectivo-emocional, entre lo que aparentaba saber y el bajo rendimiento académico, síntomas éstos de sobreadaptación.
Contexto en el que ocurre.
La promiscuidad, las interacciones caóticas y la ausencia de fronteras generacionales suelen ser características del funcionamiento familiar donde ocurren abusos.
El abuso sexual es producto del interjuego de ciertas estructuras familiares y de las características psicopatológicas del abusador.
Esto pudo observarse en el caso de Carmen, de 8 años, respecto a la confusión en el ejercicio de la función materna, que llevaba a que fuera la hija quien cuidara a la madre la mayoría de las veces. La niña expresaba “yo le decía a mi mamá no fumes, no tomes vino”. Verbalizaban ambas que el novio de la madre andaba y se mostraba desnudo cotidianamente, sin diferenciar los espacios íntimos, privados y públicos, confusión que promovió los abusos sexuales sufridos por la niña.
Los intentos de elaborar una tipología de los padres incestuosos no han dado resultados notables, pero se han constatado antecedentes de violencia sexual entre los ascendientes familiares. Los estudios de prevalencia concuerdan actualmente en una cifra de alrededor de un 30% de repetición transgeneracional. La participación materna suele ser un tema que presenta controversias, ciertos autores como Leclaire(4) se refiere a estas madres como las primeras seductoras; otros constatan la participación materna en los abusos sexuales, generalmente en forma pasiva. Con frecuencia se dan contradicciones entre las mentiras del abusador y las denegaciones maternas, que suelen generar confusión en los equipos tratantes.
¿Qué se abusa en el abuso sexual infantil?
En 1896, Freud enunció en “Estudios sobre la histeria” (5) el rol desempeñado por los abusos sexuales infantiles en la formación de las neurosis. En su correspondencia con Fliess, imputó a estos acontecimientos sexuales el origen de las neurosis y la paranoia. Años más tarde renunció a la vivencia del hecho traumático, insistiendo en la importancia de la fantasía de los relatos de seducción de sus pacientes.
Considerando las fases de evolución libidinal, que proponen Freud, Abraham(6) y Jones, podríamos pensar que antes de ocurrido el abuso, el niño no estaba exento de deseo sexual, si bien su libido no estaba organizada como la del adulto. Ante el abuso, algunos aspectos de la sexualidad infantil son despertados prematuramente por la exposición a la sexualidad adulta. Ferenczi(7) narra cómo a la necesidad de ternura del niño puede responder la sexualidad del adulto, sustentando “la confusión de lenguas” en el menor.
Una de las dificultades que se presentan en la clínica, es poder comprender de qué manera se van instalando y modificando las fantasías psíquicas primarias(8) constituyentes del individuo a través de las repetidas experiencias de sobreestimulación y abandono emocional.
Freud, define “huella psíquica” como la forma en que se inscriben los acontecimientos en la memoria. Las huellas mnémicas se depositan, en diferentes sistemas y persisten de un modo permanente” (9).
En relación a esto, recuerdo a Mabel, de 9 años, quien se describía como “mala” porque se había ido de su casa luego de un episodio de abuso sexual por parte de su padrastro, en el que la madre la forzaba a participar. En sesión, necesitaba verificar permanentemente lo que hacía o decía para asegurarse que estaba “bien” o aprobado por mí. Esta situación se repetía en la escuela y con los adultos referentes, ya que temía permanentemente no ser querida y ser abandonada en consecuencia.
Entonces, el desafío será pesquisar de qué manera se significan y semantizan estas experiencias traumáticas cuando los niños no pueden comprender adecuadamente la erotización, lo que sienten que han hecho y les han hecho.
Diana de Goldberg y María Lea de Kuitca (10) refieren que “abuso sexual” significaría que al niño le ha faltado “mucho” para poder sobrellevar la situación traumática accediendo a su maduración y al mismo tiempo “muy poco”, siendo deprivado para reconocer y satisfacer sus necesidades emocionales y corporales. Así lo “mucho” y “lo poco” requieren medidas psicológicas defensivas contra los sentimientos masivos. Ambos, defensa y descarga, resultarían ser necesarias para disminuir las intensidades insostenibles.
El otro caso, Soledad nos muestra cómo las conductas del padrastro fueron erotizándola en el período de latencia e impulsándola a un desarrollo puberal precoz. El trabajo perverso del padrasto, consistente en: conductas de exhibicionismo constante que colocaban a la niña en un lugar voyeurista (presenciar relaciones sexuales, verlo desnudo), logrando que la niña participara en juegos de contenido sexual (como jugar mientras la niña se bañaba a que hacían una propaganda de jabón, jugar a medir objetos y terminar midiendo sus genitales, etc.), fueron erotizándola a través de la mirada (mostrándole pornografía y escenas de zoofilia) y excitándola con el tacto (a través de masajes en todo el cuerpo). Soledad expresó “una mañana mi padrastro me dijo cuando me desperté que me la había metido y yo no me había dado cuenta. Otro día, estaba durmiendo mi mamá y me dijo mirá cómo se la meto a tu mamá… ese mismo día me enseñó a masturbarme”. Cuando se le preguntó cómo se sentía ella frente a esto, la niña respondió “no me acuerdo… yo era tonta… tenía 7 años.”
En esta viñeta puede observarse cómo el padrastro confundía la mente de la niña diciéndole que había pasado “algo” que ella no había registrado por estar dormida, situación que llevaba a que la niña desconfiara de sus percepciones (que dudara acerca de si el hecho había ocurrido o no) y la incitaba a pensar (en qué se siente en las relaciones sexuales) impulsándola a la acción (masturbarse). En los juegos propuestos, se manifestaba perversidad en el propósito del abusador por la connotación sexual, que alteraba el significado propio del juego infantil e introducía violentamente en la mente de la niña, temáticas que al no comprender, la hacían sentirse “tonta”.
El término “perversidad en los propósitos”11 se refiere al trastocamiento del sentido, generando confusión respecto a zonas erógenas (oral, anal y genital), a los valores éticos respecto a lo bueno y lo malo y a las funciones intelectuales que se encontraban en déficit en la mente de la niña.
Podría pensarse que estas huellas psíquicas fueron configurando un trauma psíquico.
El “trauma psíquico” se define como un “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica”12. Si articulamos esto con el abuso sexual infantil, podemos reconocer esta situación como un acontecimiento de gran intensidad para procesar en la mente de un niño, debido al registro del monto de excitación sexual presente en las sensaciones corporales, los recuerdos, etc.
Todo hecho traumático deja cierto daño, así el trauma de la violencia y el abuso sexual afecta en distintos niveles. El abuso no sólo es al cuerpo del niño, en el abuso sexual se abusa tanto de la condición infantil como del desarrollo psicosexual de la mente del niño, que de alguna forma sufre alteraciones, dando muchas veces lugar a patologías posteriores (fobias, disfunciones sexuales, trastornos en la identidad sexual, trastornos adaptativos, depresivos, adictivos, de aprendizaje y de alimentación, entre otros). Podría decirse que es todo el aparato mental con sus particulares características y funciones (memoria, atención, concentración, abstracción, simbolización, afectividad, etc.) el que sufre el impacto de un hecho disruptivo y debe procesarlo de alguna manera.
Sin embargo, esto dependerá de la singularidad de cada niño, de cómo cada uno pueda significar y semantizar estas experiencias traumáticas, considerando que si bien “algo” se ha dañado, también “algo” puede renacer, dando lugar a una nueva forma, como lo muestra el mito egipcio del Ave Fénix.
Narra la leyenda que el Ave Fénix, recolectaba plantas aromáticas y con ellas formaba un nido. Luego incendiaba las ramas y de la hoguera emergía un nuevo pájaro que ponía su antiguo cuerpo en un tronco hueco del árbol de la mirra. Entonces lo llevaba a la ciudad de Heliópolis, donde un sacerdote incineraba el cadáver del primer pájaro y celebraba el nacimiento del segundo.
Podría relacionarse el daño sufrido en el abuso sexual infantil con la hoguera y el consultorio con Heliópolis. Quizás en este sentido, nuestra función terapéutica, relacionada con la del sacerdote, gire en torno a acompañar el proceso de “nacimiento de nuevas significaciones” que pueda realizar cada niño al elaborar su vivencia de abuso sexual infantil.
NOTAS
1 CIE 10, “Clasificación multiaxial de los Trastornos psiquiátricos en niños y adolescentes”, Ed Panamericana, España, 2001.
2 SANZ, Diana; Molina Alejandro “Violencia y abuso en la familia”, Ed. Lumen, Bs. As. 1999.
3 ALVAREZ, Anne Cap. XII “Abuso sexual infantil. La necesidad de recordar y de olvidar”, pág. 199.
4 ZELCER, Beatriz “Diversidad sexual”, APA Editores, Ed. Lugar, Bs As, 2010.
5 FREUD, Sigmund Obras Completas”, “Tomo II “Estudios sobre la histeria”, Amorrortu Editores, Bs As.
6 ABRAHAM, Karl “Contribuciones a la teoría de la libido”, Ed. Horme, Bs As, 2° ed. 1985.
7 HOUZEL, Didier; EMMANUELLI, Michele; MOGGIO, Francoise, “Diccionario Akal de Psicopatología del niño y del adolescente”, Akal Ediciones.
8Las Fantasías primordiales son: seducción por un adulto, deseo de volver a la vida intrauteria, amenazas de castración, y escena primaria. FREUD, Sigmund Obras Completas”, Tomo XVII “De la historia de una neurosis infantil”, Amorrortu Editores, Bs As. Fantasías originarias: Estructuras fantaseadas típicas (vida intrauterina, escena primaria, castración y seducción) que se reconocen como organizadores de la vida de al fantasía. Para Freud son un patrimonio transmitido filogenéticamente.(LAPLANCHE, Jean; PONTALIS, Jean Bertrand; “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Paidós, Bs As, 1999. pág. 143)
9 LAPLANCHE, Jean; PONTALIS, Jean Bertrand; “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Paidós, Bs As, 1999.
10 APDEBA, “Revista de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires”, Vol XVI, N° 2, “Sexualidad”, Talleres gráficos “Su Impres”, Bs As, pág. 229, 1995.
11 MELTZER, Donald “Los estados sexuales de la mente”, Ed. Kargieman, Bs As, 1974.
12 LAPLANCHE, Jean; PONTALIS, Jean Bertrand; “Diccionario de Psicoanálisis”, Ed Paidós, Bs As, 1999.