Los sueños Es un mundo paralelo; real y al mismo tiempo imaginario, vívido pero etéreo, intrusivo y desertor: el planeta de los sueños. En esta región desaparecen las contradicciones, el tiempo, el orden y prácticamente todo aquello que durante la vigila nos mantiene encarrilados en el tren de la realidad. |
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Mtra. Erika Lepiavka | ||
Psicóloga y Psicoanalista (Sociedad Psicoanalìtica de Mèxico). Docente de psicología. |
Cuando empezamos a dormir, caemos lentamente en ondas cerebrales hasta llegar al momento de soñar. Es una de esferas más íntimas que podemos tener, pues nos aventuramos a los rincones más profundos de nuestra mente: los de lo inconsciente. Aquí, habita lo que escapa nuestra consciencia durante el día, durante meses o años. Al soñar, brota lo inconsciente y nos alcanza en formas difíciles de comprender, pues tiene un lenguaje propio, casi ajeno al español con el que escribo.
Los sueños tienen muchas funciones, como la descarga de afectos, nos ayudan a experimentar fantasías, anticipar situaciones, a procesar emociones y a experimentar lo que no podemos en el plano real. El mundo del soñar es uno en el que los filtros son escasos, por lo que los deseos surgen de manera casi pura. Estos deseos, también llamados pulsiones, tienen contenidos tanto luminosos como sombríos, lo cual hace que tengamos sueños placenteros y displacenteros.
Los sueños nos ayudan a darle una salida adaptativa a las partes prohibidas de nuestra mente: es más económico soñar que chocas tu coche, que chocarlo. No me refiero sólo al costo de reparar un auto, incluyo también el gasto psíquico. Aunque un sueño pueda parecer terriblemente real, nunca lo será, pero el enojo del día por el que inconscientemente podrías querer pegarle a tu auto, sale por una puerta que no es la de la acción, y el gasto de energía mental es mínimo.
Soñar también es como entrar a una fiesta de disfraces, porque los componentes del sueño toman diferentes vestimentas para que no sepamos a quién pertenecen (es aquí donde entra el filtro racional, o censura). Soñar con cierta persona no siempre significa que sea quien parece ser. Podemos soñar con la figura de nuestra madre, pero disfrazarla de alguien más, o condensar muchas figuras en un solo símbolo. Es por esto que a veces tenemos la sensación de haber soñado con alguien que no parecía sí mismo.
El psicoanálisis encontró una autopista al trabajar con los sueños de sus pacientes, por lo que Sigmund Freud llamó al sueño la vía regia al inconsciente. El análisis de los sueños nos permite acceder a aquello que censuramos y de cualquier manera nos rige. Soñar nos ayuda a descargar impulsos, pero el análisis de los sueños nos ayuda a entender dichos impulsos.
El presente artículo tenía la asignación de explicar el significado de los sueños, sin embargo, me declaro incapaz. Todos soñamos pero nadie sueña igual, todos tenemos contenidos inconscientes, pero no los acomodamos de la misma manera, todos tenemos símbolos, pero no todos simbolizamos igual. Para verdaderamente entender nuestros sueños, necesitamos comprender nuestro lenguaje inconsciente, que es único e irrepetible. Soñar con el mar no necesariamente representa a la madre, pues todos asociamos de diferentes formas. Nuestros sueños están fuertemente cargados y marcados por nuestro pasado, por lo que no podemos pensar nuestros sueños sin él.
Freud también denominó al sueño como el guardián del dormir. Esto hace referencia a que tiene la función de mantener al soñante dormido (en ocasiones, tenemos frío y en lugar de despertar, soñamos que estamos en un lugar frío). En los casos en que los sueños mismos nos hacen despertar, la angustia ha ganado y esta función del sueño fracasó. Los sueños de angustia son normales y esperados en situaciones traumáticas (pues es una manera de procesar el trauma), sin embargo, si no te permiten dormir ni descansar por un periodo prolongado, se trata de un foco rojo que emite nuestro cuerpo.
Los sueños son una puesta en escena de nuestra alma; aquello que ha vivido, que anhela, que teme, o que quisiera olvidar. Entregarse al sueño es sumergirse en los impredecibles ríos de lo inconsciente. Analizar su contenido es entender la obra en el idioma del despertar.
Cuando empezamos a dormir, caemos lentamente en ondas cerebrales hasta llegar al momento de soñar. Es una de esferas más íntimas que podemos tener, pues nos aventuramos a los rincones más profundos de nuestra mente: los de lo inconsciente. Aquí, habita lo que escapa nuestra consciencia durante el día, durante meses o años. Al soñar, brota lo inconsciente y nos alcanza en formas difíciles de comprender, pues tiene un lenguaje propio, casi ajeno al español con el que escribo.
Los sueños tienen muchas funciones, como la descarga de afectos, nos ayudan a experimentar fantasías, anticipar situaciones, a procesar emociones y a experimentar lo que no podemos en el plano real. El mundo del soñar es uno en el que los filtros son escasos, por lo que los deseos surgen de manera casi pura. Estos deseos, también llamados pulsiones, tienen contenidos tanto luminosos como sombríos, lo cual hace que tengamos sueños placenteros y displacenteros.
Los sueños nos ayudan a darle una salida adaptativa a las partes prohibidas de nuestra mente: es más económico soñar que chocas tu coche, que chocarlo. No me refiero sólo al costo de reparar un auto, incluyo también el gasto psíquico. Aunque un sueño pueda parecer terriblemente real, nunca lo será, pero el enojo del día por el que inconscientemente podrías querer pegarle a tu auto, sale por una puerta que no es la de la acción, y el gasto de energía mental es mínimo.
Soñar también es como entrar a una fiesta de disfraces, porque los componentes del sueño toman diferentes vestimentas para que no sepamos a quién pertenecen (es aquí donde entra el filtro racional, o censura). Soñar con cierta persona no siempre significa que sea quien parece ser. Podemos soñar con la figura de nuestra madre, pero disfrazarla de alguien más, o condensar muchas figuras en un solo símbolo. Es por esto que a veces tenemos la sensación de haber soñado con alguien que no parecía sí mismo.
El psicoanálisis encontró una autopista al trabajar con los sueños de sus pacientes, por lo que Sigmund Freud llamó al sueño la vía regia al inconsciente. El análisis de los sueños nos permite acceder a aquello que censuramos y de cualquier manera nos rige. Soñar nos ayuda a descargar impulsos, pero el análisis de los sueños nos ayuda a entender dichos impulsos.
El presente artículo tenía la asignación de explicar el significado de los sueños, sin embargo, me declaro incapaz. Todos soñamos pero nadie sueña igual, todos tenemos contenidos inconscientes, pero no los acomodamos de la misma manera, todos tenemos símbolos, pero no todos simbolizamos igual. Para verdaderamente entender nuestros sueños, necesitamos comprender nuestro lenguaje inconsciente, que es único e irrepetible. Soñar con el mar no necesariamente representa a la madre, pues todos asociamos de diferentes formas. Nuestros sueños están fuertemente cargados y marcados por nuestro pasado, por lo que no podemos pensar nuestros sueños sin él.
Freud también denominó al sueño como el guardián del dormir. Esto hace referencia a que tiene la función de mantener al soñante dormido (en ocasiones, tenemos frío y en lugar de despertar, soñamos que estamos en un lugar frío). En los casos en que los sueños mismos nos hacen despertar, la angustia ha ganado y esta función del sueño fracasó. Los sueños de angustia son normales y esperados en situaciones traumáticas (pues es una manera de procesar el trauma), sin embargo, si no te permiten dormir ni descansar por un periodo prolongado, se trata de un foco rojo que emite nuestro cuerpo.
Los sueños son una puesta en escena de nuestra alma; aquello que ha vivido, que anhela, que teme, o que quisiera olvidar. Entregarse al sueño es sumergirse en los impredecibles ríos de lo inconsciente. Analizar su contenido es entender la obra en el idioma del despertar.