Tiempo y crisis de edad. Distinto para todos La magnitud de la crisis de la mediana edad (hacia la vejez) varía según cómo haya resuelto el sujeto los procesos evolutivos en la infancia y en la adolescencia. |
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El tercer proceso de individuación se presenta en la adultez como el reconocimiento concreto de la finitud de la vida, para lo cual deberá haberse atravesado en la primera instancia diversos duelos, empezando por el reconocimiento y aceptación del infante de una separación de su madre como principio inicial de autonomía e individualidad, seguido por lo que Peter Blos llama segundo proceso de individuación, esto es la desvinculación con los objetos interiorizados en la niñez temprana. De acuerdo a cómo se haya logrado transitar estos duelos, el adulto enfrentará la prueba irrefutable de la finitud de la vida. Será más factible hacerlo en forma positiva cuánto en la niñez y en la adolescencia se haya abandonado la idea de satisfacción inmediata y omnipotencia.
La meta del trabajo es exponer las diferentes posturas de los autores abordados (ver bibliografía), en los cuales se observó un eje común, que tiene que ver justamente con un continuum vivencial que va desde los primeros días de vida, sus experiencias y la influencia sociocultural para enfrentar los biológico. Todos los autores remarcan que la crisis, si bien en general es vista como algo negativo, la re-flexión (el mirarse hacia adentro) implica a su vez una oportunidad para concretar proyectos que fueron postergados.
Así como se sostiene (desde P. Blos) que hay que pasar el periodo de latencia como fase necesaria, en forma inexorable, para arribar a un buen desarrollo del proceso adolescente para elaborar los duelos, se sostiene desde este trabajo que para llegar a una adultez que culmine con la “integridad del yo” (de la que habla Eric Erikson en la vejez), debe pasarse por una adolescencia que termine por resolver los conflictos infantiles en forma positiva, para que el hombre maduro pueda mirar a la finitud de frente, sin “desesperación”. O sea, lograr el tercer proceso de individuación.
Desarrollo
Crisis implica un “cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente” y/o una “mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales” ([1]). Etimológicamente deriva del griego krisis y este del verbo Krinein, que significa “separar” o “decidir”. Dice Michael Nichols que crisis es algo que se rompe y porque se rompe hay que analizarlo. La crisis nos obliga a pensar, por tanto produce análisis y reflexión. Vulgarmente, crisis significa situaciones de ruptura, renuncia, muerte, oportunidad o fin, resignación...
Las diferencias que se ven en la significación de “crisis”, se pueden trasladar también a las teorizaciones psicológicas sobre la llamada crisis de la mitad de la vida (como sostiene Carl G. Jung) o de los 40 (Levinson), con fuertes contrapuntos que van desde la afirmación de su existencia en todos los seres humanos hasta la relativización acerca de que tenga que ser, sí o sí, un paso obligado de la vida (Costa y Mac Crae ([2]) ).
Las crisis pueden activarse por diversos desencadenantes, según Orville Gilbert Brim, como por ejemplo: 1) Causas hormonales, por disminución de la testosterona (en el hombre) o de los estrógenos (en la mujer), con todas sus consecuencias concomitantes; 2) La discrepancia entre lo que se esperaba y lo que realmente alcanzó; 3) Se hacen presente, de improviso, los sueños omnipotentes de la juventud; 4) El estancamiento, agotamiento de los proyectos; 5) El presentimiento de la muerte; 6) Los cambios en la familia –nido vacío, padres ancianos, deterioro familiar-; 7) Factores externos como revoluciones históricas y sociales, depresión económica, guerras, pérdida de empleo.
Lo cierto es que sean cuales fueran las situaciones vivenciales que provocaron pérdidas en la niñez y en la adolescencia, su elaboración de entonces implicará forzosamente una forma de enfrentar en el futuro el darse cuenta del inexorable paso del tiempo y el vérselas con un cuerpo que va envejeciendo, además de enfrentar –en términos generales- la muerte de los padres en forma real y no imaginaria ya y ver allí el espejo del propio futuro, o parafraseando a Freud, reconocer que “el fin de la vida es la muerte”.
Es decir que, desde esta perspectiva y parafraseando la línea inaugurada por Margaret Mahler y Peter Blos, según cómo haya vivido el niño su proceso de individuación y separación, podrá sobrellevar su segundo proceso de individuación ([3]) para pasar a la adultez, lo que podría ser llamado el tercer proceso de individuación, el que podrá ser o no traumático.
Es decir, un tercer proceso de individuación que podrá figurarse como “crisis” (como proceso normal de la existencia, en el que van sucediéndose replanteos) o una profundización de la “brecha” generacional, en este último caso como negación del paso del tiempo, como un proceso trunco en la serie de elaboraciones de duelaje que debieron haberse experimentado en la juventud.
Es decir, la “brecha” generacional es provocada por los adultos que no aceptaron los duelajes de las distintas instancias de la vida. Es aquí que se puede tomar el punto de vista de Costa y Mc Crae, para quienes los que sufren la crisis (en un margen de edad que va desde los 33 a los 79) tienen “una vulnerabilidad que se remonta a la adolescencia”, lo que podría llamarse un continuum patológico de la existencia.
Nuestro enfoque parece coincidir con el expresado por el psicoanalista Julio Montero (en lo que Jung llamaría una Sincronicidad del Unus-Mundus), para quién de lo que se trata es de “una continuidad de la individuación a lo largo del ciclo vital. Así como puede hablarse de una primera individuación (infancia) y de una segunda individuación (adolescencia), se tipifican las características de la individuación en la mediana edad” ([4]).
Este autor habla de un “organizador específico de esta etapa”, tal como René A. Spitz describía las etapas del primer año de vida jalonada por determinados “organizadores”. En este caso, Montero coincide con otros autores y nosotros, proponiendo “que el reconocimiento y la aceptación de la limitación del tiempo y la inevitabilidad de la muerte personal funciona como un verdadero organizador psíquico en la mediana edad, el que de quedar establecido, posibilita la continuidad del desarrollo, funcionando como un punto de llegada tanto como un nuevo punto de partida”.
En este sentido, se postula también a los duelos como promotores del desarrollo, los que “poseen un potencial para el desarrollo”. O sea una “actualización de los duelos de la adolescencia, como un duelo por el cuerpo joven, duelo por los padres protectores, duelo por la sexualidad joven y duelo por la identidad joven”. El reconocimiento del paso del tiempo implica la aceptación de las pérdidas.
En esta negación o aceptación del paso del tiempo, que puede ser creativa o simplemente resignada, intervienen una multiplicidad de factores, según apunta Michael Nichols ([5]), coincidiendo con nuestro abordaje. Éste sostiene que no hay que sobreestimar el factor biológico como centro de la crisis: “La raíz del conflicto esta en la persona y no en el medio ambiente. Es decir no es la perdida del trabajo, el divorcio, la mudanza o las arrugas sino la disposición del individuo respecto a estos cambios […] o golpes de la vida”.
Imbricado con el concepto de brecha generacional desarrollado por Peter Blos, Nichols nombra diversos factores, descentrando los biológicos: toma los psicológicos e incluye también el mundo externo (sociocultural). Éste último es el que tiene, a nuestro juicio, un formidable peso en la configuración de la disposición que menciona Nichols, puesto que es la sociedad con poder de comunicación la que estipula qué es lo joven y qué es lo viejo.
Además, desde Marchesi-Carretero, hay hitos esperables, logros socioculturales que modifican roles y estatus para la edad adulta que incluyen, básicamente: 1) Haber logrado un trabajo estable; 2) Asumido la paternidad/maternidad; 3) Matrimonio / Pareja estable. Estas metas se fijan por un reloj múltiple: 1) Cronológico, 2) Biológico; 3) Funcional; 4) Psicológico; 5) Social. Lo social, como Nichols, es un factor importante porque está “relacionada roles, hábitos y expectativas respecto a la participación social”, que van cambiando a lo largo de la vida.
No haber logrado esto puede llevar a una crisis por someterse a los mandatos del rol y expectativas dispuestos por la cultura y la sociedad, pero haberlo logrado, una vez concretado, también puede desembocar en un vacío existencial: Ya se cumplió todo lo esperado, ¿ahora qué?. Con lo cual estamos afirmando a la vez que no haber cumplido con esos roles y expectativas socioculturales, puede encubrir a la vez una disrupción de lo que llamamos el tercer proceso de individuación.
La crisis puede implicar en quienes no tienen la disposición adecuada para enfrentar el paso del tiempo, los duelos, una depresión, lo que sería “una forma extrema de rehuir la responsabilidad. El depresivo no actúa sino que vegeta, más muerto que vivo. El miedo a asumir la responsabilidad está en primer término”.
Dicen Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahklke, desde una óptica junguiana, que “estas depresiones se producen precisamente cuando el paciente tiene que entrar en otra fase de la vida […] como la renuncia, soledad, vejez y muerte, el más importante conjunto de temas […] Todo lo vivo, con movimiento, cambio, relación social y comunicación es arrebatado al depresivo y se le ofrece el polo opuesto a lo vivo: apatía, inmovilidad, soledad, pensamiento sobre la muerte” ([6]).
Nichols dice que tendemos a pensar en los eventos conflictivos o perturbadores de la vida en términos puramente negativos, pero que si bien es una etapa de vulnerabilidad y angustia tiene una función útil. La crisis de la mediana edad es dolorosa, pero nos da el golpe necesario para reexaminar nuestras vidas, por dentro y por fuera, siempre que haya re-flexión. La vida ya no es tomada como un proceso estático, de cambios lentos y la adultez supone dentro de esta, una etapa de rompimientos y cambios que llevan al individuo a reflexionar sobre lo realizado hasta el momento.
También desde la medicina su significado nos interesa ya que desde diferentes autores esta crisis es especialmente la conciencia de que la muerte es ineludible y de acuerdo a como cada individuo viva este hecho, se vera caracterizada su crisis.
Carl Jung habla del arquetipo de la “mitad de vida”, el que se da entre los treinta y cinco y cuarenta años aproximadamente, edades en las cuales los cambios son muy significativos. Jung, sostiene que no es un cambio consciente y visible, sino más bien provisto de signos indirectos que comienzan en el inconsciente. “A veces, reaparecen características desaparecidas desde la niñez y en otra, las inclinaciones hasta entonces sustentadas son reemplazadas por otras nuevas”.
Lo que se pone en juego con la aparición de este arquetipo es una suerte de encrucijada en la que se debe elegir que camino tomar, o bien tomar resoluciones que son vivenciadas como muy importantes. Por otra parte es frecuente encontrarse con incipientes depresiones que son tomadas como anuncios para la puesta en marcha de nuevas posibilidades, de nuevas aperturas a futuro, con la consiguiente pérdida de los que siente como irrecuperable.
Desde nuestra óptica, esto implicaría la posibilidad, no sólo de aceptar los cambios y los duelos, sino de retomar la persecución y realización de los sueños y anhelos dejados a un lado al inicio de la adultez temprana, resignados o mal resignados en la niñez y la adolescencia, pero reconociendo que hay un tiempo que pasó, pero un tiempo que se puede utilizar.
Siguiendo el hilo de esta conceptualización, Eric Erikson habla de la séptima etapa, que coincide con las dos posibilidades que se vienen trabajando: Generatividad vs Estancamiento. Por un lado puede hablarse de abandono de todo egoísmo, que consiste “en esencia la preocupación por establecer y guiar a la nueva generación”, y también –no como sinónimo- para dar paso a una entrega a lo intelectual y a la producción artística, es decir la autorrealización.
En el estancamiento, dice Erikson, el sujeto se mira a si mismo como un hijo de si mismo, y en esto coincide con el continuum que establecimos desde la primera infancia: “Las razones se encuentran a menudo en las impresiones de la primera infancia”.
Síntomas de la crisis
Desde Nichols, se puede decir que la mayor parte de las personas no centran su temor en una idea específica. Algunas de las sensaciones son sentirse atrapados en una vida vacía, aburrida. La sensación de que la juventud se esta acabando. Pensamientos de vejez y muerte.
Se presentan diferentes polaridades o tensiones entre lo viejo y lo nuevo, destrucción y creación (que se intensifica por la conciencia de la muerte), desprendimiento y aislamiento, masculinidad y femineidad, el apego y la unión con otros.
El factor biológico también se pone en juego en esta crisis. David Le Breton en” La sociología del cuerpo” dice ”.... el cuerpo metaforiza lo social y lo social metaforiza el cuerpo. En el recinto del cuerpo se despliegan simbólicamente desafíos sociales y culturales....”. Es decir que nuestro cuerpo es el correlato de nuestro modo de vida, de nuestras relaciones, de nuestras elecciones, cuerpo y mente unidos en un dialogo constante.
Los trastornos emocionales son estimulados por los cambios hormonales: la menopausia en las mujeres y el climaterio en los hombres. Se han demostrado relación clara entre los niveles hormonales y la angustia.
Existe una falta de conciencia sobre el impacto que causa en la mujer el perder la capacidad reproductora. No es lo mismo no querer que no poder.
La hipocondría aparece como un índice de no aceptar los cambios físicos. Aparece el cansancio, dolores de cabeza, lumbago, etc. En ambos sexos se entregan a ejercicios excesivos, por temor a la obesidad.
La depresión, el aburrimiento y la desesperanza son los síntomas clásicos en ambos sexos.
Otros síntomas físicos claros son las alteraciones en el sueno, infartos, incremento en el consumo de bebida ,tabaco, etc., debido a que se desactivan las defensas en los que poseían alguna conducta adictiva con motivo de la vulnerabilidad emocional en la que se encuentran.
Todos estos síntomas pueden observarse con diferente intensidad tanto en el hombre como en la mujer, su aparición depende claramente de las variables de la personalidad, de su labilidad psíquica o de sus fortalezas. Pero es claro que cualquiera sea la estructura de la persona y de su vida luego de unos años (diez, quince) necesita un reajuste.
Conclusión
Desde diferentes autores se puede mencionar una confluencia de una idea directriz, según la cual la llamada crisis de la mediana edad (en términos genéricos) está directamente relacionada con cómo ha sido el enfrentamiento frente a los duelos infantiles y adolescentes, es decir con cómo cada uno haya vivido su historia, el vínculo con sus objetos significativos, experiencias y aprendizajes.
Este proceso de adquisiciones promovería y culminaría con una modificación y actualización intrapsíquica de la representación de self (la representación del sí mismo), que mal llevada podría terminar en una “desesperación”, frente a la “integridad del yo que propone” Eric Erikson para la octava edad. Es la aceptación del propio y único ciclo de vida como algo que debía ser y que, necesariamente, no permitirá sustitución alguna, lo que llevará al sujeto a transitar la llamada crisis de la mediana edad, pero siempre que haya sobrellevado satisfactoriamente los procesos anteriores procesos de duelaje.
La crisis de la mediana edad sobreviene cuando se han cumplido y alcanzado ciertas exigencias sociales, lo que en amplio sentido implica haber tenido éxito en el matrimonio o la pareja (con o sin hijos, según el deseo llevado a cabo), haber finalizado e implementado los estudios u oficios, haber conseguido un trabajo estable o actividad que implique estabilidad económica, entre otros logros valorados socio-culturalmente.
Es decir, llegar a esta crisis implica un lujo que no se pueden dar todas las personas, sino sólo aquellos que han logrado tener tiempo para dedicar a éstas elucubraciones, más allá que también el dinero pueda servir para llenar de parches consumistas las preguntas existenciales y la re-flexión sobre uno mismo.
Pero una gran mayoría está tan ocupada en sobrevivir para conseguir el sustento de los suyos que no tiene tiempo como para llegar a intelectualizar seriamente sobre su vida, lo logrado y lo anhelado, ni filosofar sobre la muerte. Esto no significa que el eventual vacío existencial no ejerza sus efectos, llevando a situaciones de evasión como el alcoholismo, las adicciones y la violencia familiar y social.
Por eso, además de cómo se encare lo que algunos llaman tercer proceso de individuación –parafraseando a Mahler-, regido por el organizador que implica enfrentarse y aceptar la finitud, de acuerdo a cómo fueron los anteriores procesos de individuación (el infantil y el adolescente) como preparativos para ésta última, es necesario tener espacio temporal y satisfacción económica para poder dar lugar a la presentificación conciente de este vacío.
La crisis de la mitad de la vida sería como el arte que, como se sabe, sólo se puede realizar y apreciar una vez que las necesidades básicas fueron satisfechas holgadamente. Entre estas necesidades, además de las materiales, debe tenerse en cuenta la que requiere la estructura psíquica de la persona, que es no haber sufrido una ausencia anaclítica que haya provocado inseguridad ontológica (tomando a R.D.Laing).
Y siempre y cuando, desde el bienestar económico, como decía Heidegger, no se opte por una salida inauténtica en la cual la identidad del ser se construye a partir de los mandatos del mercado de las modas y de lo que hay que tener para ser valorado, o para ‘ser’. Imbricando esta posición con la de Laing, puede decirse que la persona que se siente insegura de si misma, de modo que “su identidad y autonomía son siempre objeto de dudas”, es presa de esta necesidad de ‘comprar’ identidad.
A su vez, si se alcanzó una posición de seguridad ontológica primaria, “las circunstancias corrientes de la vida no configurarán una continua amenaza a la propia existencia” (Laing) cuando llegue el momento en el cual aparecerá la pregunta “y ahora que logré todo, ¿qué? ”.
Bibliografía
AMALIO BLANCO ABARCA – “Factores psicosociales de la vida adulta”.
COSTA, NÉSTOR – “Temas de psicología junguiana”. Ed. CEA. Bs. As. 1995.
THORWAL DETHLEFSEN – RÜDIGER DAHLKE, “La enfermedad como camino / Un método para el descubrimiento profundo de las enfermedades”. Ed. Plaza Janés. Bs. As. 2003.
MARCHESI-CARRETERO, “Adolescencia, Adultez, Senectud”. Tomo III. Ed. Alianza. Bs. As. 1986.
LIC. JULIO MONTERO. “Comprensión psicoanalítica de la individuación en la mediana edad”. Campo Psi (www.campopsi.com.ar/Congreso2002/trabajos/32.htm
ERIK ERIKSON. “Infancia y sociedad”. Ed. Lumen-Hormé. Bs.As. 1993.
NICHOLS, MICHAEL P. “Análisis psicológico de la crisis de los 40 años”. Ed. Gedisa. Bs. As. 2000.
BLOS, PETER. “La transisición de la adolescencia”. Ed. Amorrortu. Bs. As. 1991.
El tercer proceso de individuación se presenta en la adultez como el reconocimiento concreto de la finitud de la vida, para lo cual deberá haberse atravesado en la primera instancia diversos duelos, empezando por el reconocimiento y aceptación del infante de una separación de su madre como principio inicial de autonomía e individualidad, seguido por lo que Peter Blos llama segundo proceso de individuación, esto es la desvinculación con los objetos interiorizados en la niñez temprana. De acuerdo a cómo se haya logrado transitar estos duelos, el adulto enfrentará la prueba irrefutable de la finitud de la vida. Será más factible hacerlo en forma positiva cuánto en la niñez y en la adolescencia se haya abandonado la idea de satisfacción inmediata y omnipotencia.
La meta del trabajo es exponer las diferentes posturas de los autores abordados (ver bibliografía), en los cuales se observó un eje común, que tiene que ver justamente con un continuum vivencial que va desde los primeros días de vida, sus experiencias y la influencia sociocultural para enfrentar los biológico. Todos los autores remarcan que la crisis, si bien en general es vista como algo negativo, la re-flexión (el mirarse hacia adentro) implica a su vez una oportunidad para concretar proyectos que fueron postergados.
Así como se sostiene (desde P. Blos) que hay que pasar el periodo de latencia como fase necesaria, en forma inexorable, para arribar a un buen desarrollo del proceso adolescente para elaborar los duelos, se sostiene desde este trabajo que para llegar a una adultez que culmine con la “integridad del yo” (de la que habla Eric Erikson en la vejez), debe pasarse por una adolescencia que termine por resolver los conflictos infantiles en forma positiva, para que el hombre maduro pueda mirar a la finitud de frente, sin “desesperación”. O sea, lograr el tercer proceso de individuación.
Desarrollo
Crisis implica un “cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente” y/o una “mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales” ([1]). Etimológicamente deriva del griego krisis y este del verbo Krinein, que significa “separar” o “decidir”. Dice Michael Nichols que crisis es algo que se rompe y porque se rompe hay que analizarlo. La crisis nos obliga a pensar, por tanto produce análisis y reflexión. Vulgarmente, crisis significa situaciones de ruptura, renuncia, muerte, oportunidad o fin, resignación...
Las diferencias que se ven en la significación de “crisis”, se pueden trasladar también a las teorizaciones psicológicas sobre la llamada crisis de la mitad de la vida (como sostiene Carl G. Jung) o de los 40 (Levinson), con fuertes contrapuntos que van desde la afirmación de su existencia en todos los seres humanos hasta la relativización acerca de que tenga que ser, sí o sí, un paso obligado de la vida (Costa y Mac Crae ([2]) ).
Las crisis pueden activarse por diversos desencadenantes, según Orville Gilbert Brim, como por ejemplo: 1) Causas hormonales, por disminución de la testosterona (en el hombre) o de los estrógenos (en la mujer), con todas sus consecuencias concomitantes; 2) La discrepancia entre lo que se esperaba y lo que realmente alcanzó; 3) Se hacen presente, de improviso, los sueños omnipotentes de la juventud; 4) El estancamiento, agotamiento de los proyectos; 5) El presentimiento de la muerte; 6) Los cambios en la familia –nido vacío, padres ancianos, deterioro familiar-; 7) Factores externos como revoluciones históricas y sociales, depresión económica, guerras, pérdida de empleo.
Lo cierto es que sean cuales fueran las situaciones vivenciales que provocaron pérdidas en la niñez y en la adolescencia, su elaboración de entonces implicará forzosamente una forma de enfrentar en el futuro el darse cuenta del inexorable paso del tiempo y el vérselas con un cuerpo que va envejeciendo, además de enfrentar –en términos generales- la muerte de los padres en forma real y no imaginaria ya y ver allí el espejo del propio futuro, o parafraseando a Freud, reconocer que “el fin de la vida es la muerte”.
Es decir que, desde esta perspectiva y parafraseando la línea inaugurada por Margaret Mahler y Peter Blos, según cómo haya vivido el niño su proceso de individuación y separación, podrá sobrellevar su segundo proceso de individuación ([3]) para pasar a la adultez, lo que podría ser llamado el tercer proceso de individuación, el que podrá ser o no traumático.
Es decir, un tercer proceso de individuación que podrá figurarse como “crisis” (como proceso normal de la existencia, en el que van sucediéndose replanteos) o una profundización de la “brecha” generacional, en este último caso como negación del paso del tiempo, como un proceso trunco en la serie de elaboraciones de duelaje que debieron haberse experimentado en la juventud.
Es decir, la “brecha” generacional es provocada por los adultos que no aceptaron los duelajes de las distintas instancias de la vida. Es aquí que se puede tomar el punto de vista de Costa y Mc Crae, para quienes los que sufren la crisis (en un margen de edad que va desde los 33 a los 79) tienen “una vulnerabilidad que se remonta a la adolescencia”, lo que podría llamarse un continuum patológico de la existencia.
Nuestro enfoque parece coincidir con el expresado por el psicoanalista Julio Montero (en lo que Jung llamaría una Sincronicidad del Unus-Mundus), para quién de lo que se trata es de “una continuidad de la individuación a lo largo del ciclo vital. Así como puede hablarse de una primera individuación (infancia) y de una segunda individuación (adolescencia), se tipifican las características de la individuación en la mediana edad” ([4]).
Este autor habla de un “organizador específico de esta etapa”, tal como René A. Spitz describía las etapas del primer año de vida jalonada por determinados “organizadores”. En este caso, Montero coincide con otros autores y nosotros, proponiendo “que el reconocimiento y la aceptación de la limitación del tiempo y la inevitabilidad de la muerte personal funciona como un verdadero organizador psíquico en la mediana edad, el que de quedar establecido, posibilita la continuidad del desarrollo, funcionando como un punto de llegada tanto como un nuevo punto de partida”.
En este sentido, se postula también a los duelos como promotores del desarrollo, los que “poseen un potencial para el desarrollo”. O sea una “actualización de los duelos de la adolescencia, como un duelo por el cuerpo joven, duelo por los padres protectores, duelo por la sexualidad joven y duelo por la identidad joven”. El reconocimiento del paso del tiempo implica la aceptación de las pérdidas.
En esta negación o aceptación del paso del tiempo, que puede ser creativa o simplemente resignada, intervienen una multiplicidad de factores, según apunta Michael Nichols ([5]), coincidiendo con nuestro abordaje. Éste sostiene que no hay que sobreestimar el factor biológico como centro de la crisis: “La raíz del conflicto esta en la persona y no en el medio ambiente. Es decir no es la perdida del trabajo, el divorcio, la mudanza o las arrugas sino la disposición del individuo respecto a estos cambios […] o golpes de la vida”.
Imbricado con el concepto de brecha generacional desarrollado por Peter Blos, Nichols nombra diversos factores, descentrando los biológicos: toma los psicológicos e incluye también el mundo externo (sociocultural). Éste último es el que tiene, a nuestro juicio, un formidable peso en la configuración de la disposición que menciona Nichols, puesto que es la sociedad con poder de comunicación la que estipula qué es lo joven y qué es lo viejo.
Además, desde Marchesi-Carretero, hay hitos esperables, logros socioculturales que modifican roles y estatus para la edad adulta que incluyen, básicamente: 1) Haber logrado un trabajo estable; 2) Asumido la paternidad/maternidad; 3) Matrimonio / Pareja estable. Estas metas se fijan por un reloj múltiple: 1) Cronológico, 2) Biológico; 3) Funcional; 4) Psicológico; 5) Social. Lo social, como Nichols, es un factor importante porque está “relacionada roles, hábitos y expectativas respecto a la participación social”, que van cambiando a lo largo de la vida.
No haber logrado esto puede llevar a una crisis por someterse a los mandatos del rol y expectativas dispuestos por la cultura y la sociedad, pero haberlo logrado, una vez concretado, también puede desembocar en un vacío existencial: Ya se cumplió todo lo esperado, ¿ahora qué?. Con lo cual estamos afirmando a la vez que no haber cumplido con esos roles y expectativas socioculturales, puede encubrir a la vez una disrupción de lo que llamamos el tercer proceso de individuación.
La crisis puede implicar en quienes no tienen la disposición adecuada para enfrentar el paso del tiempo, los duelos, una depresión, lo que sería “una forma extrema de rehuir la responsabilidad. El depresivo no actúa sino que vegeta, más muerto que vivo. El miedo a asumir la responsabilidad está en primer término”.
Dicen Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahklke, desde una óptica junguiana, que “estas depresiones se producen precisamente cuando el paciente tiene que entrar en otra fase de la vida […] como la renuncia, soledad, vejez y muerte, el más importante conjunto de temas […] Todo lo vivo, con movimiento, cambio, relación social y comunicación es arrebatado al depresivo y se le ofrece el polo opuesto a lo vivo: apatía, inmovilidad, soledad, pensamiento sobre la muerte” ([6]).
Nichols dice que tendemos a pensar en los eventos conflictivos o perturbadores de la vida en términos puramente negativos, pero que si bien es una etapa de vulnerabilidad y angustia tiene una función útil. La crisis de la mediana edad es dolorosa, pero nos da el golpe necesario para reexaminar nuestras vidas, por dentro y por fuera, siempre que haya re-flexión. La vida ya no es tomada como un proceso estático, de cambios lentos y la adultez supone dentro de esta, una etapa de rompimientos y cambios que llevan al individuo a reflexionar sobre lo realizado hasta el momento.
También desde la medicina su significado nos interesa ya que desde diferentes autores esta crisis es especialmente la conciencia de que la muerte es ineludible y de acuerdo a como cada individuo viva este hecho, se vera caracterizada su crisis.
Carl Jung habla del arquetipo de la “mitad de vida”, el que se da entre los treinta y cinco y cuarenta años aproximadamente, edades en las cuales los cambios son muy significativos. Jung, sostiene que no es un cambio consciente y visible, sino más bien provisto de signos indirectos que comienzan en el inconsciente. “A veces, reaparecen características desaparecidas desde la niñez y en otra, las inclinaciones hasta entonces sustentadas son reemplazadas por otras nuevas”.
Lo que se pone en juego con la aparición de este arquetipo es una suerte de encrucijada en la que se debe elegir que camino tomar, o bien tomar resoluciones que son vivenciadas como muy importantes. Por otra parte es frecuente encontrarse con incipientes depresiones que son tomadas como anuncios para la puesta en marcha de nuevas posibilidades, de nuevas aperturas a futuro, con la consiguiente pérdida de los que siente como irrecuperable.
Desde nuestra óptica, esto implicaría la posibilidad, no sólo de aceptar los cambios y los duelos, sino de retomar la persecución y realización de los sueños y anhelos dejados a un lado al inicio de la adultez temprana, resignados o mal resignados en la niñez y la adolescencia, pero reconociendo que hay un tiempo que pasó, pero un tiempo que se puede utilizar.
Siguiendo el hilo de esta conceptualización, Eric Erikson habla de la séptima etapa, que coincide con las dos posibilidades que se vienen trabajando: Generatividad vs Estancamiento. Por un lado puede hablarse de abandono de todo egoísmo, que consiste “en esencia la preocupación por establecer y guiar a la nueva generación”, y también –no como sinónimo- para dar paso a una entrega a lo intelectual y a la producción artística, es decir la autorrealización.
En el estancamiento, dice Erikson, el sujeto se mira a si mismo como un hijo de si mismo, y en esto coincide con el continuum que establecimos desde la primera infancia: “Las razones se encuentran a menudo en las impresiones de la primera infancia”.
Síntomas de la crisis
Desde Nichols, se puede decir que la mayor parte de las personas no centran su temor en una idea específica. Algunas de las sensaciones son sentirse atrapados en una vida vacía, aburrida. La sensación de que la juventud se esta acabando. Pensamientos de vejez y muerte.
Se presentan diferentes polaridades o tensiones entre lo viejo y lo nuevo, destrucción y creación (que se intensifica por la conciencia de la muerte), desprendimiento y aislamiento, masculinidad y femineidad, el apego y la unión con otros.
El factor biológico también se pone en juego en esta crisis. David Le Breton en” La sociología del cuerpo” dice ”.... el cuerpo metaforiza lo social y lo social metaforiza el cuerpo. En el recinto del cuerpo se despliegan simbólicamente desafíos sociales y culturales....”. Es decir que nuestro cuerpo es el correlato de nuestro modo de vida, de nuestras relaciones, de nuestras elecciones, cuerpo y mente unidos en un dialogo constante.
Los trastornos emocionales son estimulados por los cambios hormonales: la menopausia en las mujeres y el climaterio en los hombres. Se han demostrado relación clara entre los niveles hormonales y la angustia.
Existe una falta de conciencia sobre el impacto que causa en la mujer el perder la capacidad reproductora. No es lo mismo no querer que no poder.
La hipocondría aparece como un índice de no aceptar los cambios físicos. Aparece el cansancio, dolores de cabeza, lumbago, etc. En ambos sexos se entregan a ejercicios excesivos, por temor a la obesidad.
La depresión, el aburrimiento y la desesperanza son los síntomas clásicos en ambos sexos.
Otros síntomas físicos claros son las alteraciones en el sueno, infartos, incremento en el consumo de bebida ,tabaco, etc., debido a que se desactivan las defensas en los que poseían alguna conducta adictiva con motivo de la vulnerabilidad emocional en la que se encuentran.
Todos estos síntomas pueden observarse con diferente intensidad tanto en el hombre como en la mujer, su aparición depende claramente de las variables de la personalidad, de su labilidad psíquica o de sus fortalezas. Pero es claro que cualquiera sea la estructura de la persona y de su vida luego de unos años (diez, quince) necesita un reajuste.
Conclusión
Desde diferentes autores se puede mencionar una confluencia de una idea directriz, según la cual la llamada crisis de la mediana edad (en términos genéricos) está directamente relacionada con cómo ha sido el enfrentamiento frente a los duelos infantiles y adolescentes, es decir con cómo cada uno haya vivido su historia, el vínculo con sus objetos significativos, experiencias y aprendizajes.
Este proceso de adquisiciones promovería y culminaría con una modificación y actualización intrapsíquica de la representación de self (la representación del sí mismo), que mal llevada podría terminar en una “desesperación”, frente a la “integridad del yo que propone” Eric Erikson para la octava edad. Es la aceptación del propio y único ciclo de vida como algo que debía ser y que, necesariamente, no permitirá sustitución alguna, lo que llevará al sujeto a transitar la llamada crisis de la mediana edad, pero siempre que haya sobrellevado satisfactoriamente los procesos anteriores procesos de duelaje.
La crisis de la mediana edad sobreviene cuando se han cumplido y alcanzado ciertas exigencias sociales, lo que en amplio sentido implica haber tenido éxito en el matrimonio o la pareja (con o sin hijos, según el deseo llevado a cabo), haber finalizado e implementado los estudios u oficios, haber conseguido un trabajo estable o actividad que implique estabilidad económica, entre otros logros valorados socio-culturalmente.
Es decir, llegar a esta crisis implica un lujo que no se pueden dar todas las personas, sino sólo aquellos que han logrado tener tiempo para dedicar a éstas elucubraciones, más allá que también el dinero pueda servir para llenar de parches consumistas las preguntas existenciales y la re-flexión sobre uno mismo.
Pero una gran mayoría está tan ocupada en sobrevivir para conseguir el sustento de los suyos que no tiene tiempo como para llegar a intelectualizar seriamente sobre su vida, lo logrado y lo anhelado, ni filosofar sobre la muerte. Esto no significa que el eventual vacío existencial no ejerza sus efectos, llevando a situaciones de evasión como el alcoholismo, las adicciones y la violencia familiar y social.
Por eso, además de cómo se encare lo que algunos llaman tercer proceso de individuación –parafraseando a Mahler-, regido por el organizador que implica enfrentarse y aceptar la finitud, de acuerdo a cómo fueron los anteriores procesos de individuación (el infantil y el adolescente) como preparativos para ésta última, es necesario tener espacio temporal y satisfacción económica para poder dar lugar a la presentificación conciente de este vacío.
La crisis de la mitad de la vida sería como el arte que, como se sabe, sólo se puede realizar y apreciar una vez que las necesidades básicas fueron satisfechas holgadamente. Entre estas necesidades, además de las materiales, debe tenerse en cuenta la que requiere la estructura psíquica de la persona, que es no haber sufrido una ausencia anaclítica que haya provocado inseguridad ontológica (tomando a R.D.Laing).
Y siempre y cuando, desde el bienestar económico, como decía Heidegger, no se opte por una salida inauténtica en la cual la identidad del ser se construye a partir de los mandatos del mercado de las modas y de lo que hay que tener para ser valorado, o para ‘ser’. Imbricando esta posición con la de Laing, puede decirse que la persona que se siente insegura de si misma, de modo que “su identidad y autonomía son siempre objeto de dudas”, es presa de esta necesidad de ‘comprar’ identidad.
A su vez, si se alcanzó una posición de seguridad ontológica primaria, “las circunstancias corrientes de la vida no configurarán una continua amenaza a la propia existencia” (Laing) cuando llegue el momento en el cual aparecerá la pregunta “y ahora que logré todo, ¿qué? ”.
Bibliografía
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