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Acerca del vínculo primario en el desarrollo humano.

El vínculo implica una ligadura estrecha, pero no forzada. Puede entenderse como esas formas de comportamiento que hace que una persona conserve proximidad con respecto a otro individuo diferenciado y preferido.


 
Lic. Lila Fabiana Gomez
Lic. en Psicología clínica de adultos e infanto juvenil; Docente y Miembro Adherente de la Sociedad Psicoanalítica de Mendoza; ex Docente de la Residencia en Salud Mental Infanto Juvenil del Ministerio de Salud de Mendoza; Primer premio en el 5th IPSO Writing Award for Latin America: "Edipo: intimidad de un asesinato".








La palabra «vínculo» viene del latín «vinculum» (atadura) es una ligadura estrecha, pero no forzada. En inglés se utiliza «attachment» para designar «apego”. Bowlby (“El vínculo afectivo”) describió la «conducta de apego» como «cualquier forma de comportamiento que hace que una persona conserve proximidad con respecto a otro individuo diferenciado y preferido».

 

El vínculo temprano, según la Dra. Aurora Pérez (“La familia matriz del psiquismo”) se puede definir como «un vehículo transportador de las vicisitudes emocionales del bebé, hacia la conmoción emocional por la demanda, en el polo padres y desde allí la transformadora respuesta instalando el primario mundo psíquico en la interioridad del bebé”, tramitando el abanico existente entre las vivencias de muerte y de plenitud. El vínculo temprano tiene como función alimentar (lactancia) y sostener los procesos mentales llevados a cabo entre la persona que cumple la función materna (madre) y el bebé.

 

El recién nacido suele dirigir la mirada al rostro de la madre en forma sostenida e intensa. La persona en función materna tiene hipótesis, «sabe» lo que le hace falta y adecúa las respuestas. Así se va estableciendo un ritmo de contactos, encuentros, pausas que generan el moldeamiento de la relación, a lo largo de las distintas etapas del desarrollo.

 

Entonces, el bebé (biológico o adoptivo) será depositario de distintas fantasías de los padres, que llevarán a producir vinculaciones únicas y particulares para poder ahijar, lo que representa:

 

– el niño imaginado durante el embarazo o la espera de la adopción, «transmisor del destino transgeneracional».

 

– el hijo de sus fantasías, que los remonta a la infancia, producto de sus deseos inconscientes.

 

– el niño con el que interactúan en la vida cotidiana.

 

O sea que los padres no sostienen en sus brazos un solo bebé, sino al menos tres. Cómo puedan «posicionarse» en el ejercicio del rol, dependerá del repertorio de identificaciones y de sus posibilidades para vincularse con el infante que porta sus características personales (capacidad de espera, tolerancia a la frustración, monto de agresividad, modalidad de percepción, etc.)

 

Las características del vínculo primario quedarán plasmadas o «inscriptas» en la mente del bebé como «modelo» para contactarse con otras personas u objetos del mundo circundante.

 

Las funciones mentales como el manejo de las emociones, la valoración de sí mismo, la capacidad de aprender o pensar, la simbolización, la posibilidad de estar consigo mismo, la creatividad, la empatía, la expresión de las emociones, la empatía, tendrán relación con el funcionamiento de este fenómeno vincular. La falta, falla o fractura en el establecimiento del vínculo primario podría correlacionarse a futuros desarrollos psicopatológicos (inestabilidad emocional, enfermedades psicosomáticas, retardos madurativos, etc.). Sería necesario investigar si las características de este vínculo primario se reproducen como modalidad de relación durante la vejez de los padres, pero de manera invertida.

 

Como profesionales de la salud mental pienso que, promoviendo un contacto profundo y fluido entre las personas que cumplen la función materna, paterna y el bebé, estaremos facilitando un saludable desarrollo integral del niño, la familia y su entorno social.





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La palabra «vínculo» viene del latín «vinculum» (atadura) es una ligadura estrecha, pero no forzada. En inglés se utiliza «attachment» para designar «apego”. Bowlby (“El vínculo afectivo”) describió la «conducta de apego» como «cualquier forma de comportamiento que hace que una persona conserve proximidad con respecto a otro individuo diferenciado y preferido».

 

El vínculo temprano, según la Dra. Aurora Pérez (“La familia matriz del psiquismo”) se puede definir como «un vehículo transportador de las vicisitudes emocionales del bebé, hacia la conmoción emocional por la demanda, en el polo padres y desde allí la transformadora respuesta instalando el primario mundo psíquico en la interioridad del bebé”, tramitando el abanico existente entre las vivencias de muerte y de plenitud. El vínculo temprano tiene como función alimentar (lactancia) y sostener los procesos mentales llevados a cabo entre la persona que cumple la función materna (madre) y el bebé.

 

El recién nacido suele dirigir la mirada al rostro de la madre en forma sostenida e intensa. La persona en función materna tiene hipótesis, «sabe» lo que le hace falta y adecúa las respuestas. Así se va estableciendo un ritmo de contactos, encuentros, pausas que generan el moldeamiento de la relación, a lo largo de las distintas etapas del desarrollo.

 

Entonces, el bebé (biológico o adoptivo) será depositario de distintas fantasías de los padres, que llevarán a producir vinculaciones únicas y particulares para poder ahijar, lo que representa:

 

– el niño imaginado durante el embarazo o la espera de la adopción, «transmisor del destino transgeneracional».

 

– el hijo de sus fantasías, que los remonta a la infancia, producto de sus deseos inconscientes.

 

– el niño con el que interactúan en la vida cotidiana.

 

O sea que los padres no sostienen en sus brazos un solo bebé, sino al menos tres. Cómo puedan «posicionarse» en el ejercicio del rol, dependerá del repertorio de identificaciones y de sus posibilidades para vincularse con el infante que porta sus características personales (capacidad de espera, tolerancia a la frustración, monto de agresividad, modalidad de percepción, etc.)

 

Las características del vínculo primario quedarán plasmadas o «inscriptas» en la mente del bebé como «modelo» para contactarse con otras personas u objetos del mundo circundante.

 

Las funciones mentales como el manejo de las emociones, la valoración de sí mismo, la capacidad de aprender o pensar, la simbolización, la posibilidad de estar consigo mismo, la creatividad, la empatía, la expresión de las emociones, la empatía, tendrán relación con el funcionamiento de este fenómeno vincular. La falta, falla o fractura en el establecimiento del vínculo primario podría correlacionarse a futuros desarrollos psicopatológicos (inestabilidad emocional, enfermedades psicosomáticas, retardos madurativos, etc.). Sería necesario investigar si las características de este vínculo primario se reproducen como modalidad de relación durante la vejez de los padres, pero de manera invertida.

 

Como profesionales de la salud mental pienso que, promoviendo un contacto profundo y fluido entre las personas que cumplen la función materna, paterna y el bebé, estaremos facilitando un saludable desarrollo integral del niño, la familia y su entorno social.






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