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Realidad negativa: esa maldita adicción / Enfermar y sanar de realidad

En tiempos de incertidumbres, la angustia frente a una realidad que se presenta como inmanejable y opresiva puede afectar nuestro mundo interno pero, a veces, puede ser una proyección de nuestros conflictos internos. Dar cuenta de los distintos niveles de realidades es indispensable para la supervivencia de la salud mental.


 
Lic. Juan Pinetta

Psicólogo; psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), componente de la IPA y la FePAL. Ex editor de la revista Moción (APA; 2012-2015) y de la revista Transformación (OCAL; 2014-2016), Coord. del Depto. de Psicoanálisis y Sociedad (APA; 2016-2020), Coordinador de Zeitgeist Analíti@. Ex periodista. 









Esta es una cuestión que no es fácil de discernir en la actualidad, cuando los números indican que los noticieros y plataformas mediáticas informativas incrementaron el nivel de audiencia en los últimos años, como si hubiese una mayor pregnancia hacia el seguimiento “minuto a minuto” de las novedades catastróficas del país y del mundo.

Podríamos decir que, cómo los niños con las películas de terror, los adultos también pueden caer bajo los encantos de la morbosidad de las malas noticias.

Podría decirse que enfermar de realidad se ha vuelto una costumbre en nuestra época. Guerras, inflación, devaluaciones, inseguridad/es sobre el presente y el futuro. Futuro sobre el cual se acentúa su perspectiva "cada vez más incierta", no sólo en los planos laborales y post-laborales, sino también en el plano medioambiental, donde se juega el futuro del mundo en un contexto de “cambio climático” o, mejor dicho, calentamiento global.

Tanto en la Argentina, donde impera la inflación y las flojas perspectivas de un futuro más o menos asegurado con su consecuente neurosis económica, como en países como México, por poner un par de ejemplos, donde los secuestros y asesinatos (de periodistas, estudiantes, jóvenes...) se han vuelto moneda corriente hasta devenir algo "normal" o normalizado como algo cotidiano, no se puede negar que las amenazas reales existen.

Pareciera, desde algunos discursos y narrativas, que esta es una una época signada por el sinsentido, la abdicación de la apuesta vital desde el presente hacia un futuro, con el sentido colocado en el devenir de las generaciones… la conservación del planeta, el peligro de la continuidad de la especie, forman parte de este repertorio.

Temas que pueden volver sombría el día a día, la existencia misma, abrumando al sujeto que queda paralizado, inactivado para actuar sobre sí y el mundo.

A la vez, desde la mass-media (noticieros de radio, TV, plataformas digitales, etc.) brotan a libre demanda noticias que se replican una y otra vez, reforzando y amplificando el ambiente opresivo, a veces con música de fondo apropiada para profundizar el impacto emocional, captando el morbo naturalmente humano hacia las malas noticias.

Pero no está mal conocer la realidad en sus distintos emergentes, contexturas y texturas. Al fin y al cabo, vivimos en un tiempo y espacios compartidos con los otros. Las realidades también son compartidas, con todas sus variables que nos atraviesan y tienen efectos, queramos o no.

Es importante tener contacto con las realidades en las que estamos inmersos. La negación tampoco es buena. Justamente, de eso se trata la terapia: se procura crear un espacio apropiado para alojar aquellos temas, esos conflictos, que nos producen malestar, poniéndoles palabra, significado y sentido, posibilitando su transformación.

Pero a la vez es necesario cierto filtro, cierta barrera que frene, aminore o regule el paso de aquellos estímulos que nos afectan, para actuar de acuerdo a su verdadero valor para cada uno.

Un filtro que amortigüe el impacto de la realidad para poder abstraerse de la pregnancia de lo siniestro y poder generar pensamientos reflexivos.

¿Para pensar en qué?

Nada más ni nada menos que para poder tener un registro claro sobre qué podemos y qué no podemos hacer, qué cambiar, cómo intervenir en las distintas realidades, desde las más lejanas hasta las más cercanas.

Los espacios de pensamiento psicoterapéutico sirven para escapar del ruido mediático, pero también de los múltiples ruidos de la realidad, para poder desgranar aquellas cuestiones que corresponden al mundo externo de aquellas que pertenecen al mundo interno.

Muchas veces las personas viven abrumadas por lo que sucede en el país, o en ciertos lugares del mundo… o en el mundo mismo; cuando en realidad lo que están haciendo es proyectar, depositar en conflictos externos lo que son conflictos internos, más o menos inconscientes.

En otras situaciones, la realidad misma es tan disruptiva que se vuelve traumática, y sobre esto también se puede trabajar.

Cuando se trata de proyecciones del mundo interno sobre el mundo externo el sufrimiento es mayor, ya que las posibilidades de enfrentarlos y solucionarlos se vuelven nulas: están en manos de otros. Lo que puede llevar a la desesperación.

Por eso, en ciertas ocasiones enfermamos de realidad… más allá de la difícil realidad. Pero por suerte, de esto también se puede sanar, si uno acepta interrogarse a sí mismo sobre porqué coloca el acento en “enfermar de realidad”.

Hay situaciones vitales personales que pueden angustiar mucho, como el paso del tiempo, crisis temporales en diversos planos, afectivos, de salud, económicos. No es casual que algunas personas reflejen en el mundo 'cada vez peor' sus angustias referidas a la fragilidad y la evanescencia del ser humano.

Por supuesto, las realidades que vivimos son inquietantes… polución, cambio climático, escasez de alimentos, sobre población, inseguridades diversas en lo laboral, etc. Pero una cosa es vivir paralizado de angustia, y otra poder enfrentar las realidades internas y externas con el fin de transformarlas o cambiar la posición subjetiva frente a estas.

Por ejemplo, frente a casos graves de violencia producto de la actividad criminal pueden realizarse acciones asociativas, frente a problemáticas ambientales pueden generarse acciones colectivas también, en conjunto con otras personas que compartan el mismo interés por buscar cambiar o resolver diversas situaciones.

No es fácil, pero no es lo mismo tomar una brasa caliente con la mano que con una pinza adecuada.





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Esta es una cuestión que no es fácil de discernir en la actualidad, cuando los números indican que los noticieros y plataformas mediáticas informativas incrementaron el nivel de audiencia en los últimos años, como si hubiese una mayor pregnancia hacia el seguimiento “minuto a minuto” de las novedades catastróficas del país y del mundo.

Podríamos decir que, cómo los niños con las películas de terror, los adultos también pueden caer bajo los encantos de la morbosidad de las malas noticias.

Podría decirse que enfermar de realidad se ha vuelto una costumbre en nuestra época. Guerras, inflación, devaluaciones, inseguridad/es sobre el presente y el futuro. Futuro sobre el cual se acentúa su perspectiva "cada vez más incierta", no sólo en los planos laborales y post-laborales, sino también en el plano medioambiental, donde se juega el futuro del mundo en un contexto de “cambio climático” o, mejor dicho, calentamiento global.

Tanto en la Argentina, donde impera la inflación y las flojas perspectivas de un futuro más o menos asegurado con su consecuente neurosis económica, como en países como México, por poner un par de ejemplos, donde los secuestros y asesinatos (de periodistas, estudiantes, jóvenes...) se han vuelto moneda corriente hasta devenir algo "normal" o normalizado como algo cotidiano, no se puede negar que las amenazas reales existen.

Pareciera, desde algunos discursos y narrativas, que esta es una una época signada por el sinsentido, la abdicación de la apuesta vital desde el presente hacia un futuro, con el sentido colocado en el devenir de las generaciones… la conservación del planeta, el peligro de la continuidad de la especie, forman parte de este repertorio.

Temas que pueden volver sombría el día a día, la existencia misma, abrumando al sujeto que queda paralizado, inactivado para actuar sobre sí y el mundo.

A la vez, desde la mass-media (noticieros de radio, TV, plataformas digitales, etc.) brotan a libre demanda noticias que se replican una y otra vez, reforzando y amplificando el ambiente opresivo, a veces con música de fondo apropiada para profundizar el impacto emocional, captando el morbo naturalmente humano hacia las malas noticias.

Pero no está mal conocer la realidad en sus distintos emergentes, contexturas y texturas. Al fin y al cabo, vivimos en un tiempo y espacios compartidos con los otros. Las realidades también son compartidas, con todas sus variables que nos atraviesan y tienen efectos, queramos o no.

Es importante tener contacto con las realidades en las que estamos inmersos. La negación tampoco es buena. Justamente, de eso se trata la terapia: se procura crear un espacio apropiado para alojar aquellos temas, esos conflictos, que nos producen malestar, poniéndoles palabra, significado y sentido, posibilitando su transformación.

Pero a la vez es necesario cierto filtro, cierta barrera que frene, aminore o regule el paso de aquellos estímulos que nos afectan, para actuar de acuerdo a su verdadero valor para cada uno.

Un filtro que amortigüe el impacto de la realidad para poder abstraerse de la pregnancia de lo siniestro y poder generar pensamientos reflexivos.

¿Para pensar en qué?

Nada más ni nada menos que para poder tener un registro claro sobre qué podemos y qué no podemos hacer, qué cambiar, cómo intervenir en las distintas realidades, desde las más lejanas hasta las más cercanas.

Los espacios de pensamiento psicoterapéutico sirven para escapar del ruido mediático, pero también de los múltiples ruidos de la realidad, para poder desgranar aquellas cuestiones que corresponden al mundo externo de aquellas que pertenecen al mundo interno.

Muchas veces las personas viven abrumadas por lo que sucede en el país, o en ciertos lugares del mundo… o en el mundo mismo; cuando en realidad lo que están haciendo es proyectar, depositar en conflictos externos lo que son conflictos internos, más o menos inconscientes.

En otras situaciones, la realidad misma es tan disruptiva que se vuelve traumática, y sobre esto también se puede trabajar.

Cuando se trata de proyecciones del mundo interno sobre el mundo externo el sufrimiento es mayor, ya que las posibilidades de enfrentarlos y solucionarlos se vuelven nulas: están en manos de otros. Lo que puede llevar a la desesperación.

Por eso, en ciertas ocasiones enfermamos de realidad… más allá de la difícil realidad. Pero por suerte, de esto también se puede sanar, si uno acepta interrogarse a sí mismo sobre porqué coloca el acento en “enfermar de realidad”.

Hay situaciones vitales personales que pueden angustiar mucho, como el paso del tiempo, crisis temporales en diversos planos, afectivos, de salud, económicos. No es casual que algunas personas reflejen en el mundo 'cada vez peor' sus angustias referidas a la fragilidad y la evanescencia del ser humano.

Por supuesto, las realidades que vivimos son inquietantes… polución, cambio climático, escasez de alimentos, sobre población, inseguridades diversas en lo laboral, etc. Pero una cosa es vivir paralizado de angustia, y otra poder enfrentar las realidades internas y externas con el fin de transformarlas o cambiar la posición subjetiva frente a estas.

Por ejemplo, frente a casos graves de violencia producto de la actividad criminal pueden realizarse acciones asociativas, frente a problemáticas ambientales pueden generarse acciones colectivas también, en conjunto con otras personas que compartan el mismo interés por buscar cambiar o resolver diversas situaciones.

No es fácil, pero no es lo mismo tomar una brasa caliente con la mano que con una pinza adecuada.






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