El adolescente se encuentra, por lo general, en búsqueda de una identidad que defina su "ser", su lugar en el mundo, y también ante el inexorable afrontamiento de nuevos desafíos en distintos planos: el de los afectos, las decisiones vocacionales, los conflictos entre deseos y posibilidades -que a veces hay que ayudar a generar-.
Sabemos que el concepto de adolescencia hoy abarca más que antes, ya que se ha extendido en el tiempo. Hay nuevos conceptos, como "adultescente", es decir un adulto que no termina de concretarse porque tiene cuestiones, aspectos, que distan de ser maduros y tienen un anclaje en modos de ser que corresponden más a la niñez.
Puede decirse que en en nuestra sociedad los cambios que se producen en la adolescencia son abrumadores, al producirse una discontinuidad en la crianza del niño que redunda en una tensión emotiva que se atraviesa de diversas maneras. Una cosa es la discontinuidad en la crianza, otra la forma en que el adolescente tramita todos estos cambios, los cuales muchas veces son altamente dolorosos.
También, hay que remarcarlo con énfasis, no existe una "normalidad" adolescente. Hay distintitas etapas, distintos momentos y situaciones que no pueden tomarse por si sólos sin tener en cuenta la totalidad de la trayectoria evolutiva. Cada adolescente viene con su historia evolutiva y psíquica, pero también trae aparejada la historia de sus propios padres y familias en extensión, con sus influencias e inter-dependencias emocionales.
Podemos decir que hay factores comunes, como el impacto necesariamente conflictivo de la pubertad, un cuerpo que cambia, un esquema corporal al que hay que adaptarse y donde se trata recobrar el equilibrio interno.
Hay diferencias claras entre un niño y un adolescente: por ejemplo ante la frustración el primero expresa exteriormente su estado, en tanto el segundo experimenta un frustración interna.
Aumenta la agresividad, la indocilidad, como intento de dominar un mundo nuevo, dado que hay una discontinuidad que se provoca en el modo de relación interpersonal entre el niño y el adulto. El adolescente sale de un lugar privilegiado: el del niño.
Se lo llama también el segundo proceso de individuación, lo que significa aflojar vínculos de dependencia infantil para transitar de la niñez a la adultez, lo que tiene que llevar a la expansión del Yo, es decir a un cada vez mayor dominio del mundo por parte de la persona.
El adolescente se encuentra, por lo general, en búsqueda de una identidad que defina su "ser", su lugar en el mundo, y también ante el inexorable afrontamiento de nuevos desafíos en distintos planos: el de los afectos, las decisiones vocacionales, los conflictos entre deseos y posibilidades -que a veces hay que ayudar a generar-.
Sabemos que el concepto de adolescencia hoy abarca más que antes, ya que se ha extendido en el tiempo. Hay nuevos conceptos, como "adultescente", es decir un adulto que no termina de concretarse porque tiene cuestiones, aspectos, que distan de ser maduros y tienen un anclaje en modos de ser que corresponden más a la niñez.
Puede decirse que en en nuestra sociedad los cambios que se producen en la adolescencia son abrumadores, al producirse una discontinuidad en la crianza del niño que redunda en una tensión emotiva que se atraviesa de diversas maneras. Una cosa es la discontinuidad en la crianza, otra la forma en que el adolescente tramita todos estos cambios, los cuales muchas veces son altamente dolorosos.
También, hay que remarcarlo con énfasis, no existe una "normalidad" adolescente. Hay distintitas etapas, distintos momentos y situaciones que no pueden tomarse por si sólos sin tener en cuenta la totalidad de la trayectoria evolutiva. Cada adolescente viene con su historia evolutiva y psíquica, pero también trae aparejada la historia de sus propios padres y familias en extensión, con sus influencias e inter-dependencias emocionales.
Podemos decir que hay factores comunes, como el impacto necesariamente conflictivo de la pubertad, un cuerpo que cambia, un esquema corporal al que hay que adaptarse y donde se trata recobrar el equilibrio interno.
Hay diferencias claras entre un niño y un adolescente: por ejemplo ante la frustración el primero expresa exteriormente su estado, en tanto el segundo experimenta un frustración interna.
Aumenta la agresividad, la indocilidad, como intento de dominar un mundo nuevo, dado que hay una discontinuidad que se provoca en el modo de relación interpersonal entre el niño y el adulto. El adolescente sale de un lugar privilegiado: el del niño.
Se lo llama también el segundo proceso de individuación, lo que significa aflojar vínculos de dependencia infantil para transitar de la niñez a la adultez, lo que tiene que llevar a la expansión del Yo, es decir a un cada vez mayor dominio del mundo por parte de la persona.